El contingente militar de Israel despliega su ofensiva sobre el territorio de la Franja de Gaza sin que la comunidad internacional haga firmes intenciones de detener el avance destructivo que provoca el imperialismo sionista, más allá de las frases lanzadas, sin ningún compromiso, a un viento que se lleva las mejores intenciones expresadas en esa dialéctica, a la que Occidente recurre cuando se vulneran los derechos humanos con tanta arbitrariedad como en este caso. El apoyo constante de Estados Unidos a la espuria causa israelí es motivo de enfrentamientos en la zona, porque obviamente el derecho de ser libres los palestinos tienen que defenderlo a toda costa. Es una de las grandes injusticias de nuestro tiempo privar a Palestina de un legítimo Estado, que rompa con sus opresores y permita una vida digna de llamarse vida. La masacre de Gaza es terrorífica y los pueblos deberían emitir ya un juicio de condena contra el terrorismo del Estado israelí. Palestina requiere pronto la hora de su liberación.
En otro orden de cosas, de la que no nos libraremos aquí en España es de la jerarquía católica y de las salidas a la calle de la Conferencia Episcopal: lanza de choque de la reacción, camuflada en los tonos expresivos melifluos, pero de venenoso mensaje subrepticio. El penúltimo paradigma de pobreza humana y cinismo nos lo ofrecieron los próceres de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y los santos ciudadanos (vasallos, más bien) que pedían que la familia sólo podía concebirse en el estrecho marco de la compuesta por padre, madre e hijos, como si las demás opciones molestaran a quienes se decantan por seguir estos cánones tradicionales. Nunca la Iglesia ha estado más activa que ahora para seguir haciendo lo de siempre: recortar derechos, cercenar libertades, manipular conciencias, arrogarse en exclusiva el derecho de emitir juicios de valor con carácter de infalibilidad moral… y eso que su historia está jalonada por episodios tan tristes como sacar a su bendito dictador bajo palio.