Hay costas que miran hacia el Oeste y a ellas apetece asomarse a esa hora de la tarde en la que la luz solar se va extinguiendo; cuando el silencio se va haciendo dueño del ambiente del lugar y va apareciendo la luz de un faro que habla de seguridad a los navegantes de esas aguas.
Cuánto se agradece aprovechar la oportunidad de formar parte de ese ambiente de serenidad para pensar, sin presión alguna, en lo que ha sido su caminar en la vida y en lo que parece que podrá ser su futuro. La vida necesita paz en las almas; esa paz que sólo la proporciona el amor limpio y generoso, el amor de servicio a los demás.
Ese ambiente es el que le gusta a mi viejo amigo el marinero aunque sabe, también, de la serenidad que ofrece la caída de la tarde cuando se la contempla desde lo alto de la cumbre aislada que domina el valle, la amplia llanura o el bosque.
Hay lugar, más que sobrado, para que el hombre pueda llegar a encontrar la serenidad que necesita siempre, en todo momento y circunstancia, aunque de forma especial en momentos de singular dificultad para el desarrollo de la vida en paz y armonía, sin trampas ni acosos por parte de quienes no acaban de entender que la vida necesita la paz de la verdad limpia, la del amor y el sacrificio.
Nuestro mundo, todo él, está zarandeado por muy diversas fuerzas que tratan de imponer sus criterios. Es una acción violenta la que sufre el mundo y quienes lo habitan. Tanto a nivel internacional como a niveles nacionales e incluso locales hay falta de acuerdo hasta en cuestiones elementales.
Parece que molesta o no interesa que haya armonía en las relaciones humanas y se llega hasta la desesperación, que motiva acciones violentas en uno y otro lugar. Al hombre no se le trata con el respeto que se le debe, ni se tiene en cuenta su verdadero valor, ni sus posibilidades reales, sino que se le utiliza como un simple número.
Es necesario que toda persona piense en la responsabilidad que tiene, tanto en la generación como en el mantenimiento de esta grave situación en la que el mundo se encuentra.
Es necesario contrarrestar, por medio de acciones lógicas y eficaces, esa labor que ha llevado al mundo a esta situación de grave desconcierto en un muy amplio espectro de campos.
Es una necesaria defensa que el hombre debe hacer, por sí mismo, de su propia dignidad. Defensa que debe hacerse con serenidad y firmeza, al tiempo que con toda la delicadeza del mundo para no molestar a nadie. La verdad ha de defenderse así, con amor.
Y ha de llevarse a cabo allí donde se genera cada una de esas acciones en las que se ataca a la dignidad del ser humano. Es labor personal que a cada cual corresponde y habrá de acomodar su actividad general para atender, con plena eficacia, a esto que ahora ha adquirido unas proporciones muy graves. El mundo no es una balsa de aceite y tampoco de aguas libres de turbulencias.
Nadie está libre de los azotes de esas opiniones cargadas de amenazas, ni de esas corrientes que tratan de llevarse por delante todo lo que es amor a la vida y a la verdad. Ese amor pide serenidad en el juicio y también en la acción para su defensa. El hombre debe defender la dignidad del ser humano.
Vivir un rato de serenidad es muy necesario para conocer, con todo detalle, claridad y alcance, lo que en el mundo atenta contra los principios básicos del ser humano. Hay motivo, mucho más que suficiente, para conseguir ese tiempo de serenidad y con el alma en paz.
Se está acabando el año, el 2008, y ello invita a una cierta idea de reflexión sobre lo acaecido a lo largo de él y a lo que cada persona ha participado en ello. Merece la pena buscar y vivir un rato de paz y serenidad para afrontar, con dignidad personal, el futuro.
Mi viejo amigo, el marinero, dice que irá a buscarlo a la hora del ocaso, frente a la inmensidad de la mar, siempre llena de verdad. Es lo suyo, aunque comprende que otros lo encontrarán de otra forma: a todos, paz y amor en su empeño en esa misión.