“Yo nací en Alcosa, que está lejísimos de Sevilla”, sentencia orgulloso. Niño de barrio, hijo de un empleado de Telefónica y una ama de casa, ‘Luismi’ -como le llaman los que le quieren-, no creció en un ambiente propicio para la música. Su padre, que era más flamenco que clásico, le ponía de vez en cuando algún disco de Beethoven pero no como para decir que se crió entre partituras como otros. “El día a día no era musical, fue algo casual que empezara en la música”, reconoce.
La música en la infancia
Pronto se hizo con el instrumento porque se le dio bien desde el principio. Le resultaba fácil. Incluso admite que estudiaba poco, que le mandaban un ejercicio, lo miraba en casa diez minutos y se marchaba corriendo a jugar a la calle. ¿Le comprendieron o su dedicación al violín le generó problemas en esa infancia de barrio? “Bueno, siempre me he sentido un bicho raro por estudiar violín. Cuando todos los niños dedicaban el tiempo que tenían cuando acababan sus tareas para irse a la calle a jugar, yo tenía que quedarme estudiando”.
Luego ya en la adolescencia tuvo que sacrificar menos porque enseguida se incorporó a la Orquesta Juvenil del Conservatorio y entró en otro círculo social que es ya el suyo para siempre. “Eso es lo difícil de la carrera de música, que hay que empezarla desde pequeño –razona-. Y tienes unas responsabilidades que otros no asumen hasta los 16 o 18 años. Te cambia la mentalidad, maduras más y te haces responsable antes también”.
Para ir al conservatorio echaba una hora desde Alcosa. Eso sí, las clases entonces eran de una hora. Hoy, en muchos casos, no llegan a los 20 minutos en Elemental. “La principal deficiencia es la ratio, faltan profesores y la situación de los conservatorios –lamenta-. Eso lo sabe todo el mundo”.
Tras superar las pruebas de acceso, consiguió un contrato de cinco meses en la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, con la gente que siempre había admirado. El sueño se hacía realidad. Y esos cinco meses van ya para 14 años, las seis últimas temporadas como violín primero.
La hora de la verdad
“Soy un ejemplo de que se puede triunfar sin salir de Sevilla”, afirma tranquilo, humilde, con naturalidad. La ROSS sólo cuenta con cinco sevillanos en una plantilla integrada por un centenar de músicos. ¿Acaso falta talento? “No entiendo que se hagan pruebas y la gente no se presente. Valoran más lo que hay fuera”, dice incrédulo.
Su fórmula, como la de todos los músicos, disciplina, esfuerzo y trabajo. No hay más truco. “Pero es muy importante intentar divertirse”. Ahí le sale la vena del profesor Díaz. “A los alumnos hay que motivarlos. Si los padres no se implican los niños van a terminar dejándolo sin querer”.
Él se divierte en la orquesta, y en el Cuarteto Arcadia, y en el Quinteto Totem Ensemble. “Se supone que no tienes que sufrir cuando tocas, si estás tranquilo, seguro, te lo pasas bien, igual da que toques para cinco que para 2.000”. Al foso y al escenario del Maestranza no le ha perdido el respeto pero ya no le asusta. Es un hombre tranquilo consciente de atravesar un momento dulce. Un enamorado de la placita de Santa Marta, de Richard Strauss y de cualquiera de sus poemas sinfónicos, del Baratillo, su Hermandad. Un músico hecho aquí que cree que Sevilla se merece por derecho propio el título de capital de la música.
Esta noche volverá a disfrutar con su orquesta interpretando el Carmina Burana en el concierto extraordinario con motivo del XX aniversario del Teatro de la Maestranza y de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Otro sueño hecho realidad porque sus dos hijos, Aitana e Iván, mellizos de 6 años, van a debutar con la Escolanía de los Palacios junto a su padre, nada menos que en el Maestranza y e
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