Entre la mafia y el espionaje de novela negra ha actuado un conjunto de personas pertenecientes a un gobierno que ya no está al mando y una organización política que sí permanece. Se espiaban habitualmente unos a otros. Como la desconfianza era total guardaban copias de seguridad en notarías o en trasteros ocultos. Destruían documentos comprometedores hasta dejar los despachos en las despedidas perfectamente limpios, como tras los asesinatos. Disponían de martillos para romper los discos duros de los ordenadores, antes de entregarlos a la justicia. Ponían micrófonos en los despachos ministeriales para grabar a los interlocutores. Preparaban pruebas falsas para destruir a los adversarios políticos. Se repartían durante años, con normalidad, sobresueldos mensuales -provenientes de mordidas ilegales- entre los altos cargos de la organización. Filtraban dossiers falsos -preparados al efecto- para echar basura informativa contra los enemigos políticos. Se ponían motes impresentables, como en los peores grupos de crimen organizado. Se utilizaba dinero de fondos públicos y las estructuras oficiales para llevar adelante esos planes inicuos. Contrataban sicarios para perpetrar bien entradas en domicilios, bien escuchas telefónicas ilegales y volcados de móviles ajenos. La organización política y las instancias oficiales se confundían y utilizaban los medios para aprovechamiento mutuo. Una parte de la policía y los servicios secretos se usaban para estos menesteres. Los fondos empleados eran reservados. Se hacía todo con la finalidad de que nada de lo narrado llegase jamás a las instancias judiciales.
El listado de tropelías, abusos y la sordidez del fraude democrático que significan los hechos protagonizados por estas personas y sus organizaciones llegan a la opinión pública con el rimbombante calificativo de presunto, con la más rotunda presunción de inocencia. Lo amparan las leyes, las amistades importantes, algunos influyentes medios y el cargado escepticismo ciudadano. También es soportado por la honorabilidad que dan las corbatas de seda de selecta moda masculina y los bolsos caros de escogida piel de la tendencia del momento en la femenina.
La democracia no está en peligro. Pero el fortalecimiento de la democracia pasa indefectiblemente porque estos actos tengan no sólo consecuencias judiciales, sino inmediatas consecuencias políticas para organizar un entramado jurídico-político que haga imposible su repetición, ni siquiera en su mínima parte. Para que se vigile al vigilante.
“La opacidad del poder es la negación de la democracia”, Bobbio dixit.
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