La política no es un ejercicio para santos - no suele ser un ejercicio virtuoso- ni para intelectuales exquisitos. -pocos triunfan en la política-. Que tampoco lo sea para tontos. Es una necesidad de higiene democrática que no se tome a los ciudadanos por estólidos. La gente, por lo común, no es necia ni torpe y cada día se escuchan demasiadas salidas de pata de banco, vulgo, chorradas, por parte de los representantes de esta nación en funciones.
Mientras tanto, los partidos españoles de “orden” y que se jactan de la democracia parlamentaria están consiguiendo la realización del ideal de los anarquistas y de los libertarios: la desaparición del Estado. Fue el ruso Bakunin el que dejó en piedra su frase más famosa: “Donde comienza el Estado, termina la libertad del individuo” que completó el norteamericano Henry D. Thoreau: “El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto”. Como los extremos se tocan, en Norteamérica existe un partido ultracapitalista y ultraliberal algunas de cuyas propuestas suenan en determinado partido español, la eliminación de la Seguridad Social, las pensiones el Salario Mínimo, la desregulación total y una drástica reducción de impuestos.
De las estupideces oídas se lleva la palma la comparación entre los tiempos de ahora y los de las matanzas de ETA que ha realizado una mujer inteligente pero a la que le pierde su radicalismo -al menos verbal-, Cayetana Álvarez de Toledo. A su juicio ahora estamos peor que que cuando ETA asesinaba. Es incomprensible en una persona formada. La otra frase es del mismo tenor. Entiende así que las conversaciones con Esquerra: ”Esto es como si en 1982 Felipe González hubiera ido a negociar el Gobierno con Tejero a la cárcel”, Parece que esta portavoz del grupo parlamentario popular no vio la sangre vertida y los cuerpos destrozados en las calles o en los cuarteles de la guardia civil ni tampoco la entrada a tiro limpio y al grito de “Quieto todo el mundo” con el gobierno y los parlamentarios detenidos en el Congreso, mientras los capitanes generales de las regiones militares dudaban si unirse hasta que el rey Juan Carlos los contuvo, como Jefe de Estado y de las Fuerzas Armadas.
Son sólo dos muestras -extremas por su desmesura- pero comienza a ser moneda corriente la búsqueda del titular, del espectáculo y de ser actor revelación en esta democracia televisada.
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