“Papá, quiero ser banquero” le dijo a su padre uno de los que se sientan en el banquillo de los acusados por el juicio de Bankia. “Ten cuidado, hijo, que a mí me costó una condena a la cárcel y eso que era franquista, creé varios bancos y terminé muy mal por no aceptar el chantaje de un familiar del Caudillo”, respondió su progenitor, escaldado por lo difícil que les resulta a las personas de moral laxa la administración de lo ajeno.
Es difícil no tener la tentación de evadir dinero a Suiza o de colocar fondos en sociedades opacas de destinos desconocidos. Encontrar buenas tapaderas en esta era digital es cada vez más difícil. Los ladrones tienen sus sistemas de ocultación y engaño, pero los Estados y sus agencias de fiscalidad también disponen de sofisticados mecanismos de búsqueda de irregularidades. El último consejo del padre fue: “Acércate al poder. Ni multas ni cárcel tuve que cumplir porque entonces funcionaban estupendamente los indultos y siempre se acordaban finalmente de nosotros para quedar exonerados de cosas tan desagradables. En el calor de los gobiernos se arreglan mejor los asuntos, los claros y los turbios”.
Ahora 31 altos directivos de Bankia se sientan en el banquillo de los acusados seis años después de que la Audiencia Nacional comenzase a instruir un sumario por una querella presentada por el partido UPYD y la plataforma 15MpaRato. Por encima de todos destaca Rodrigo Rato. El vicepresidente y ministro de José María Aznar, director del Fondo Monetario Internacional (FMI) y presidente de Caja Madrid y de Bankia fue el arquitecto de las fusiones a toda pastilla con numerosas pequeñas cajas y la valenciana Bancaja. Se inflaron los balances, se ocultaron los pasivos, se taparon las deudas y se sacó a bolsa a bombo y platillo. Y estalló.
El que fue diputado por Cádiz y Madrid lo tenía todo aparentemente bien atado. Pudo ser el sucesor de Aznar, hasta que alguien le calentó el oído con sus líos privados y se decidió por Rajoy. Después las condenas de las tarjetas Black acabaron con el mito que él previamente había marchitado con su incomprensible dimisión del FMI. Los sufrimientos de los pequeños inversores, la muerte de Blesa y la racanería de las Black entierran al más pintado. Pero hundió sobre todo a los que creyeron aquello de “Hazte banquero por 1000 euros”.
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