¿Buff o escupitajo? El dilema que se ha planteado en la ofensa recibida innoblemente por Josep Borrell se dirime entre estas dos bajezas. O se le escupió o se le lanzó un despectivo “Buff”. El debate es deprimente. No es una discusión de patio de colegio, es un incidente parlamentario. La bastedad del comportamiento, la altanería faltona y la ausencia de respeto han triunfado de nuevo y vista por millones de españoles como espectáculo antipedagógico y denigrante.
No hay retórica parlamentaria. La llamada cortesía parlamentaria desapareció hace mucho. La ironía – la mejor virtud de cualquier discurso- habrá que leerla en los diarios de sesiones de la Cámara de los Lores. Los buenos modales se habrán instalado en otros parlamentos, porque, en el nuestro, el incidente entre el diputado Gabriel Rufián y Borrell redondea un devenir que iba cuesta abajo desde las últimas legislaturas que apalancaron y bloquearon las posibilidades de acuerdos parlamentarios, incluso para poder formar gobierno.
Cada vez es más frecuente ver a diputados vestidos más para una excursión de montaña o de playa –según la temporada- que a una sesión representativa. El hábito no hace al monje pero esos diputados no van en pijama a una boda ni en bata de guatiné a un examen para sacar el título de doctor. Ni siquiera el carnet de conducir. La otra característica es que se sustituye la palabra por camisetas, papeles, pequeñas pancartas o gestos y aspavientos. El nivel de insultos, de falta de respeto, de ausencia de consideración al oponente ha ganado la batalla a las virtudes parlamentarias. ¿Dónde quedó la palabra? ¿Dónde las piezas oratorias que ilustran a los ciudadanos?
Que haya un inicio de proceso independentista en Cataluña, que se haya producido por primera vez una moción de censura con éxito, que haya un pugilato interno en la derecha –como hace dos años lo hubo en el seno de la izquierda-, que la ultraderecha le esté marcando el paso a partidos que temen pérdidas de votos donde antes los tenían asegurados, que se cambie la preferencia por las palabras altisonantes en lugardel razonamiento no justifica, sino que hace más necesario que nunca, el dialogo y el intercambio de puntos de vista.
El paro, la precariedad, la corrupción, el exilio de los investigadores y tantos males de España no tienen eco fuera de los hemiciclos del Congreso y del Senado. En su lugar trasciende sólo la crispación.
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