El sexo de los libros

Políticos de risa y también de miedo

Pero he aquí el desastre: la falta de lógica en el ámbito político, de cualquier forma de lógica; incluso de lógica política, una idea-fantasma que siempre se reduce al aquelarre de la razón de Estado.

  • La nada bajo cero

En un artículo publicado en El País el 2 de diciembre de 2015, escribía Daniel Innerarity (Bilbao, 1959): “El deseo de transformación de la política está en buena medida relacionado con la renovación de nuestros dirigentes y, de algún modo, también con su rejuvenecimiento. Ahora bien, ¿significa esto que lo nuevo es necesariamente mejor que lo viejo, los jóvenes más renovadores que los adultos y más de fiar quien no tiene experiencia política que los de larga trayectoria?”.

Emerge aquí la cuestión de los llamados partidos nacientes, que se presentan, por su ausencia de pasado, como partidos detergentes, que vienen —aseguran ellos— a eliminar la suciedad y los vicios de los viejos partidos, las putrefacciones de la vieja política. Promesas de un futuro luminoso en el que todo será próspero, igualitario y bucólico, atando a los perros con longanizas para mayor gloria del gran líder salvador del pueblo,  que viene con su varita mágica, la cual, llegado el caso, podría transformarse en la tranca de la tranquilidad, cuando esa tranquilidad tenga irremediablemente que proceder del trancazo en la cabeza de los incordios; es decir, de los enemigos del supremo líder, que son, por elemental principio, los enemigos de la sociedad. El líder es la sociedad  y la sociedad es el líder.

‹‹Pero, esa identificación mágico-simbólica entre el líder y la sociedad, ¿no es algo terriblemente viejo, rancio y trasnochado? ¿Y, sobre todo, peligroso, como demuestra la Historia?››.

‹‹Según se mire, mein Herr; tenga en cuenta que, como dijo el maestro Eugenio D’Ors, aquello que no es tradición es plagio››.

Seguimos a Innerarity como las santas mujeres seguían a Cristo camino del Calvario. En el artículo mencionado, añadía el pensador bilbaíno: “Tengo la impresión de que lo nuevo está sobrevalorado en la política actual. Será que la duración de la crisis incrementa nuestra desafección hacia lo ya conocido y a preferir cualquier cosa con tal de que sea desconocida, o que la lógica de la moda —que hace caducar a las cosas y nos incita a sobrevalorar lo nuevo— se ha extendido invasoramente hacia todos los campos, el de la política incluido, lo cierto es que también la política se ha convertido en un carrusel en el que el valor principal es la novedad y la peor condena consiste en ser percibido como antiguo. El calificativo de nuevo o viejo se ha convertido en el argumento político fundamental”.

Lo nuevo, por el simple hecho de ser nuevo, no es nunca un  argumento y menos una virtud trascendente. Esto parece lógico. Pero he aquí el desastre: la falta de lógica en el ámbito político, de cualquier forma de lógica; incluso de lógica política, una idea-fantasma que siempre se reduce al aquelarre de la razón de Estado. La única lógica imperante en lo político, con respecto a los dirigentes, consiste en la disyuntiva absoluta que proclamaba el archifamoso lema adoptado (que no creado) por César Borgia: Aut Caesar aut nihil; “O césar, o nada”, formulación equivalente a la de “conmigo o contra mí”, como dijo Nuestro Señor: “El que no está conmigo, está en mi contra” (Mateo 12, 30). 

Señala Innerarity el hecho (esto es importante: se trata de hechos repetidos y reiteradamente constatables) de que las fuerzas políticas emergentes, adheridas con frecuencia a pautas de puro  populismo y arribismo, se caracterizan por su anemia programática y por el grado excesivamente genérico de sus discursos. Decir poco, en líneas generales, constituye una norma útil cuando se trata de encubrir, de cara al electorado, las verdaderas intenciones; y es entonces cuando se echa mano de la argucia de la transversalidad, que, en política, es una herramienta idónea para instalarse en un deslizamiento constante entre la izquierda y la derecha, pasando por todos los inauditos centrismos imaginables, dentro de la dinámica del catch-all  party, o “partido atrapatodo”, cuyo ánimo —inequívocamente perverso— es el de recoger votos a lo largo y ancho de la totalidad de los distintos sectores ideológicos. Por cierto, una estrategia que nada tiene de novedosa.

Lo nuevo es, por definición, efímero, o efímeramente nuevo, y envejece arrastrado por el ritmo histórico que, en las actuales circunstancias, avanza a velocidades vertiginosas.

El misterioso y esotérico partido nazareno, o partido amoratado, también designable como partido hematoma, tumefacto, cárdeno, tal vez partido de la equimosis; ése que anda ahora por España anunciando —si alcanza el poder— el oro y el moro, sería un magnífico ejemplo de la esperpéntica tramoya de marras: la nada para obtener el todo y el todo a través de la más escalofriante nada; el caballo de Troya que oculta en su vientre a la peor caterva de aspirantes a oligarcas públicos que hemos conocido en los últimos tiempos por estos endiablados distritos. Y decimos lo de oligarcas públicos, porque estos jóvenes y vulgares aventureros ya han demostrado —por activa y por pasiva— que, en el seno de su propia  organización, son unos caciques de armas tomar.        

        

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