“Discover paradise in Huntington Beach, California —decía el texto promocional—, with an idyllic year-round climate, 8 miles of the world’s most beautiful beaches, a historic pier, and n incredible array of recreations and cultural activities, a
Surf City USA experience is perfect for your dream vacation or corporate gathering”.
Entonces Kitty tomó una decisión y empezó a preparar el equipaje y a llamar por teléfono a todo el mundo, porque sabía que esta oportunidad no podía dejarla pasar y que iba a hacer exactamente lo que quería hacer. De pronto, le llegó un Whatsapp remitido por su madre desde Antibes (Alpes Marítimos, Francia): “Kitty, por una vez no seas idiota y déjate de californias. No hay nada como Europa para esperar el Apocalipsis. La culpa es del cabrón de tu padre”.
Cuando Kitty bajó del avión en el aeropuerto de Los Ángeles (LAX), ya era consciente de que, en el fondo, el surf era como una cadena de fenómenos en cuyo origen había desempeñado una función importante el célebre capitán James Cook, explorador y navegante, por cuenta de Su Majestad Británica, allá por el mal llamado Siglo de las Luces. Kitty se había aprendido de memoria las leyendas de Micronesia y demás islas y archipiélagos del Pacífico meridional. Conocía todo lo referente a la figura de Duke Kahanamoku, el padre del surf moderno, un auténtico all around water man, encarnación absoluta del espíritu aloha, medalla de oro de natación en los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912, etc.
Un tipo, durante una fiesta a la que fue invitada Kitty en una residencia de lujo de Malibú, le sugirió que, si se aburría de las olas, siempre estaba la opción de recorrer los Estados Unidos en una de esas casas rodantes de gran tamaño: con dirección asistida, transmisión automática, aire acondicionado, radio, televisión, Internet, ultra-cocina, mega-aseo, dormitorios orgásmicos y todo lo mínimo imprescindible. Pero a Kitty aquel disparate de excursión le sonaba a la escabrosa aventura de Dolores Haze vagando a la deriva a lo largo y ancho de Norteamérica bajo la dudosa tutela de un oscuro profesor de literatura francesa.
Kitty Colman anota en su diario: “Aparte de los placeres de surfear y los esporádicos amores nocturnos, deseo entender el
Big Sur de Henry Miller. Ayer estuve leyendo el libro segundo de Book of friends —el capítulo dedicado a Emil White— cuando habla, en un paréntesis, de Blaise Cendrars y de los fajos de billetes que éste escondía entre sus libros”.
“¿Te imaginas, Kitty, —le dijo Max Serratosa, el cabeza de serie del grupo de surfistas de Coronado— aquellas tablas de 4.80 metros y más de 65 kilos de peso? Compáralas con las tri fin de 1.85 y menos de 3 kilos. ¿Estás dispuesta a buscar la ola mortal de
Todos Santos? Deberías darte una vuelta por Baja California”. “No creo que eso sea necesario —respondió Kitty—, pienso estar todo el tiempo en Huntington Beach. Por cierto, ¿te acuerdas de aquel surfer profesional que hacía de malo en la película de North Shore? Recuérdame su nombre”. “¡Pero Kitty —Max puso cara de estar bajo los efectos de una secreción intensiva de endorfinas—, ese tío era el inconfundible Laird Hamilton!”.
[Eh, Kitty, gilipollas, ¿tú posees la capacidad de pensar?]
El surf es una filosofía de la existencia. Muchos propietarios de tiendas de surf viven haciendo discursos sobre este tópico que no deja de aportar algo excitante a esta comedia biológica de las equivocaciones. Teníais que haber visto a Kitty Colman, cargada de Jack Daniel’s hasta las cejas, convenciendo a sus amistades de París para que emigraran en busca de los oleajes, las tormentas y los tesoros escondidos. Luego vino el escándalo del divorcio de sus padres. El padre de Kitty, sir Charles Colman, se vio envuelto en un enredo espantoso de espionaje industrial. De nada le sirvió el apoyo sectario de toda la prensa conservadora del Reino Unido. Tuvo mala suerte. Papá Colman, financiero multimillonario, había adquirido un gran prestigio como ideólogo dogmático de la economía de libre mercado, aunque no era tampoco, si nos valemos de las inmortales palabras del desvergonzado artista irlandés Francis Bacon, “el Nietzsche de la selección inglesa de fútbol”. ¿Qué fue concretamente lo que sucedió aquel verano en Huntington Beach? ¿Alguien lo sabe?