Manuel Caballero y la luz como 'episteme'

Publicado: 30/11/2013
La luz que vemos en los cuadros de Caballero es una luz de relámpago, esa luz indescifrable que, en las noches de tormentas y tempestades, enciende la faz más oculta e inquietante del mundo.
En la pintura de Manuel Caballero está la imagen, pero también están las voces, la música, la luz, la poesía. La obra de Caballero constituye, en su totalidad, un sistema poético en el valor más concluyente de la expresión.


Las imágenes son el fuego. Los seres animados y los objetos surgen envueltos en llamas a la vez visibles e invisibles, pero esas llamas siempre están presentes en la intuición del receptor, para quien la luz adquiere una dimensión exacta y epistemológicamente desvelada o confesada: la luz como episteme.


Las imágenes son figuras humanas, figuras del reino animal y del vegetal; son figuras de las cosas, pero también son imágenes poéticas en sí mismas, como perfecta unidad entre la poesía y la pintura, y entre éstas y la música, así como el pensamiento. Estas imágenes son portadoras de ideas, en la céltica circularidad ideorrealista de Saint-Pol-Roux ("Le Magnifique"), a quien Louis Aragon llamaba "L’Homme-Rayon" y Jacques Baron "Le Prince de l’Esprit Pur".


El poderoso esfuerzo de síntesis que Caballero ejecuta en torno a las formas implica una reducción eidética que le permite resaltar, con extrema prioridad cualitativa, los elementos ontológicos esenciales de la realidad. A pesar del desgaste del término, la pintura de Caballero es fundamentalmente deconstructiva; si bien, así mismo, notoria y positivamente reconstructiva, ya que ofrece un rico y abundante caudal de posibilidades en relación a un reordenamiento de lo real que, más allá del caos primigenio, se concreta en la circunstacia derivada de una palingenesia. Caos, orden, circunstancia.

Escribía José Lezama Lima sobre el autor de Soledades: "La luz de Góngora es un alzamiento de los objetos y un tiempo de apoderamiento de la incitación. En ese sentido se puede hablar del goticismo de su luz de alzamiento. La luz que suma el objeto y después produce la irradiación. La luz oída, la que aparece en el acompañamiento angélico, la luz acompañada de la transparencia y del cantío transparente de los ángeles al frotarse las alas. Los objetos de Góngora son alzados en proporción al rayo de apoderamiento que reciben" (Sierpe de don Luis de Góngora, 1951).


En los lienzos de Manuel Caballero asistimos también a la elevación de las realidades por la luz que el pintor hace descender sobre ellas, de manera que entre la luz y la oscuridad se establece un diálogo dirigido hacia la mutua identificación. Todo es claridad en el apogeo del oscurecimiento.


Lezama Lima expone, en Sierpe, su teoría de la imprecisa precisión partiendo de una sugerencia que Leonardo da Vinci recoge en su Trattato della pittura: "Haz la sombra con tu dedo sobre la parte iluminada". Y no hay que olvidar que el objetivo prioritario de los escritos de Leonardo reunidos en su tratado era argumentar que la pintura es una ciencia, un método de conocimiento.


Las imágenes de Manuel Caballero emergen de una luz enigmática cuyo resplandor materializa un acto poético. Son imágenes fuertemente sólidas, pero de una solidez en movimiento —perpetuum mobile— hacia un estado de inusitada trascendencia. Esas imágenes están ahí, pero innmersas en un proceso de desplazamiento y de integración en otra realidad que sólo puede ser concebida a través de un nuevo modelo cognitivo estructurado mediante una fusión de lenguajes iconográficos; fusión que se consuma en virtud de la particular capacidad creativa del artista.


Caballero realiza una lectura crítica, tanto encomiástica como irónica y diabólica, de las más ilustres técnicas figurativas de la Historia del Arte: una reinterpretación que evidencia la geometría de los significados infinitos. De aquí el pitagorismo como uno de los componentes más decisivos de su producción. El desarrollo de esta profunda y tenaz búsqueda, artística y científica, alcanza su plenitud cuando se convierte en una refundación del tiempo.


La pintura de Manuel Caballero tiene su origen en "la noche de los relámpagos" que André Breton describió en su Primer Manifiesto del Surrealismo (1924): "El espíritu avanza, atraído por estas imágenes que le arrebatan, que apenas le dejan el tiempo preciso para soplarse el fuego que arde en sus dedos. Vive en la más bella de todas las noches, en la noche cruzada por la luz del relampagueo, la noche de los relámpagos. Tras esta noche, el día es la noche".


La luz que vemos en los cuadros de Caballero es una luz de relámpago, esa luz indescifrable que, en las noches de tormentas y tempestades, enciende la faz más oculta e inquietante del mundo.

 

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