Las conexiones entre el azar y el Diablo nos muestran al Adversario como si él mismo interviniera y regulara el azar mediante sus habilidades sobrehumanas, lo que convierte al azar en un no-azar provocado y manejado por una consciencia diabólica, una turbulencia predeterminada como parte de los milagros del Diablo. Ese falso azar es un arma poderosa en manos de Satán para fingir la mala suerte del hombre, cuando no es sino la pérfida emboscada del Enemigo. No hay que extrañarse de que el Diablo domine el mundo del azar, donde reinan las supersticiones, los hechizos, el fetichismo, los amuletos, talismanes, tabúes, filacterias... De entre todos los juegos de azar el más famoso y popular es sin duda la ruleta, cuya invención se atribuye al genio deL francés Blaise Pascal (1623-1662) cuando buscaba una máquina de movimiento perpetuo; pero esto es confuso.
La ruleta se asocia, esotéricamente, a la Rueda de la Fortuna, uno de los arcanos mayores del Tarot: un mono sube y otro desciende, o bien, un hombre con cabeza de lobo es el que sube y una serpiente es la que baja, representando, respectivamente, dos de los tres estados de la suerte: progreso (el que sube) y decadencia (el que baja). Encima de la rueda hay un mono o una esfinge, con una espada sobre el hombro apuntando al cielo; esto puede representar el tercer estado de suerte: la riqueza. Los ocho radios de la rueda son la energía radiante universal y los ocho
Sabbats del año (los
sabbats de las brujas, entiéndase). Pero también la serpiente descendiendo a la izquierda sería el dios egipcio de la maldad, Tifón, que puede ser la fuerza vital y el descenso al mundo material; y la figura humanoide, como un Anubis subiendo por la derecha de la rueda, simboliza a Hermes, con su inteligencia y sabiduría, una sabiduría ascendente, pero todavía reflejo de nuestras propias sombras. La esfinge arriba representa los enigmas o logogrifos que nos lanza la vida y que debemos resolver, algo fundamental en el mensaje de la carta. En algunos tarots la rueda descansa sobre la tierra; en otros, sobre cuatro imágenes aladas entre nubes en cada esquina de la carta; una es un ángel, que es Acuario; otra es un águila, que es Escorpio; otra es un toro, que es Tauro; y otra un león, que es Leo; estas cuatro imágenes zodiacales aparecen en el Apocalipsis. La rueda tiene una manivela y, en otras barajas, tiene dibujada las letras T, A, R, O (TAROT, o una probable metátesis de TORÁ, texto que contiene la ley y el patrimonio identitario del pueblo judío; la Torá es llamada Pentateuco en el cristianismo; y constituye la base y el fundamento del judaísmo.); o las letras del alfabeto judío que forman las letras IHVH de Yahvé, el nombre impronunciable de Dios, y en círculos más interiores los símbolos del mercurio, el azufre, el agua y la sal, todos ellos elementos alquímicos por naturaleza.
En la Rueda están los vaivenes de la existencia, el destino y el karma, entre otras representaciones, dependiendo de la versión del Tarot que sea. La hermenéutica de los naipes es casi infinita y abundan las interpretaciones contradictorias, panorámica sobrecogedora que denota un umbral inapelablemente diabólico. La rueda tiene un componente oculto muy importante, pues la misma simboliza el devenir del mundo, el cual va girando en sucesiones cíclicas. Por eso, en muchas tradiciones ocultistas se dice que el fin del mundo se dará cuando “la rueda deje de girar”, algo de lo que René Guénon habló con frecuencia. La relación entre la ruleta y el funcionamiento del mundo es simbólicamente profunda y rigurosa. El centro de la ruleta, con esa especie de monte sacro, no es otra cosa que una simbolización del “centro inamovible”, del “motor inmóvil”, tal como dijera Aristóteles; esa fuerza total que por sí misma genera toda la movilidad sin inmutarse: la idea de Dios. Alrededor de la misma se juega la fortuna de los que se arriesgan a este azar misterioso, un juego que significa la vida en este mundo.
El antiguo símbolo de la Rueda de la Fortuna alude a la naturaleza caprichosa del destino, rueda que la diosa Fortuna hace girar al azar: hoy estás arriba, mañana estás abajo; la felicidad y la infelicidad, siempre cambiando sin leyes que la dominen. Pero nos encontraremos con el falso azar, ya que la diosa Fortuna es una prostituta rastrera sometida al Diablo, a quien obedece sin discrepancias. Quién sabe si de ahí viene el verso de Marco Pacuvio:
Fortunam insanam esse et caecam et brutam perhibent philosophi, aunque el poeta, en su disertación versificada, demostró no tener claro lo que decía, ni en el primer verso aquí citado. Fortuna no es ni loca, ni ciega, ni estúpida, sino un instrumento del Demonio.
La suma de los 36 números de la ruleta es 666 y el orden de los dígitos en el plato giratorio está configurado de tal manera que haya un equilibrio entre pares e impares, rojos y negros, entre primera, segunda y tercera docena, etc. El ubicuo Einstein dijo en una ocasión que “La única manera de ganar en la ruleta es coger el dinero cuando el croupier no mira”. A veces la consigna cambiaba: “No se puede ganar a la mesa de la ruleta a menos que se robe”.
¿Y qué decir del crupier? Son diversas las tesis que hay sobre este hierático y nebuloso personaje. Para unos, el crupier personaliza a la clase hegemónica del mundo y rige la rueda para que “todo vaya bien”,
c’est-à-dire, para que la banca nunca pierda. Es un secuaz del poder y un conocedor de secretos invulnerables, un iniciado; para otros, es un gentilhombre del Diablo que solventa pronósticos y hechicerías dándoles la apariencia del azar. Las dos facetas son compatibles y se superponen.
Ya se ha dicho que si sumamos todos los números de la ruleta tenemos el tétrico 666, el número asignado a la Bestia en el Apocalipsis. Es por esto por lo que surgió la leyenda (tontísima) de que la ruleta fue un pacto entre el Diablo y Pascal, a pesar de que la primera versión de la ruleta era un juego justo que le daba mayores posibilidades de ganar a los jugadores y no a la casa, ya que carecía del cero o del doble cero; y sabemos que el Diablo no hace pactos equitativos o que beneficien al ser humano.
Blaise Pascal (que se hizo jansenista y habitó en Port-Royal) vivió grandes conflictos religiosos durante su vida, pero jamás se vio atraído por el ocultismo.
El icónico número 666 es reconocido en el mundo occidental como el símbolo del Anticristo (Apocalipsis, capítulo 13). En cambio, el 616 es el número que ciertos exégetas creen es el original dentro de la historia apocalíptica, y que sería el verdadero número de la Bestia.