Se ha puesto ahora de moda, según nos trasladan los medios de comunicación un tipo de fiesta que mucho tiene de aquellas que conocíamos y poco de seguro. Pongámonos en situación: una fiesta, música, baile, gente, alcohol.
Tan solo una cosa la diferencia de aquellas que conocíamos; estas se realizan en plena pandemia. Cuando las autoridades sanitarias nos advierten de la necesidad de mantener las distancias, respetar el aforo reducido y evitar las grandes aglomeraciones, son muchos los que han decidido interpretar la ley por su cuenta y aprovechando la necesidad que tienen los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado de presentar una orden judicial para poder entrar en nuestro domicilio, montar macrofiestas privadas que, teniendo en cuenta el horario del toque de queda, cuenta con una hora de entrada máxima y una hora mínima de salida. Y ¿Si se presenta la policía y aporrea la puerta qué? Pues con no abrir es suficiente.
Este tipo de fiestas ilegales no solo mueve millones de euros sino que además ponen en riesgo a familias completas que ignorantes de donde han estado sus familiares durante la noche, comparten el tiempo junto a ellos y terminan contagiándose.
Entiendo aquello de las fiestas una vez terminada la pandemia, tal y como ocurrió en su día con la Peste, pero no comprendo este tipo de fiestas en pleno infierno que más que una fiesta para bailar, parece aquellas fiestas de la varicela que padres y madres realizan con sus hijos para favorecer el contagio a una edad determinada.
El problema es que en estas fiestas de las que hablamos, el resultado puede ser la muerte.
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