Alejandro Merello
Poco les puedo decir estos días para aliviar la larga espera que nos queda por delante. Envueltos en un mar de dudas, de fakes, de mensajes de whatsapp y de información contradictoria, avanzamos hacia un final que se me antoja más en la distancia de lo que nos venden.
Permítanme que me pare en esto de los fakes, permítanme que les haga referencia a uno en concreto. Aquel que nos alertaba de una revuelta protagonizada por un grupo de conciudadanos que se enfrentaba a otro de madrileños que, de manera irresponsable según el mensaje, se dedicaba a “veranear”, en vez de seguir los consejos a los que la mayoría nos estamos sometiendo.
Verán, regento una empresa domiciliada en Madrid, donde he vivido más de quince años. De hecho, mis hijos nacieron en Madrid. No he conocido pueblo más acogedor que el madrileño, a los que los andaluces, de entrada, les es un pueblo cercano.
No es difícil encontrar un madrileño, incluso entre los de “pura cepa”, que no tenga un padre, una abuela o un a bisabuelo que no sea andaluz. Como a todos, les gusta pasar estos momentos en casa, como a nosotros: entre los nuestros. Y los que han venido a nuestra ciudad vienen a eso, a encerrarse en un lugar donde siempre se han encontrado como en casa.
un lugar en el que tributan, como ustedes y como yo. En un lugar al que se sienten ligado, un lugar al que aprecian… ¿y por qué no decirlo? En un lugar en el que dejan gran parte de sus ingresos. El Puerto siempre ha sido un pueblo de los que antes denominaban “señoriales” y estas actitudes no son dignas de señorío, sino de un “catetismo” mal entendido.
Que aludiendo a la acepción madrileña de “cateto”, estas muestras de xenofobia están lejos de la inocencia del pueblerino y, por supuesto, poco características de las urbes cosmopolitas de la que alardeamos cuando nos brindan la ocasión.
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