Lo avisó ya por 2015 el entonces portavoz de Izquierda Unida, Antonio Fernández, el que ha sido su inseparable socio esta languideciente legislatura, el que, no muy ávido de titulares, soltó que “De la Encina y el PSOE no eran de fiar”. Lo dijo él. El tiempo ha demostrado varias cuestiones.
Por un lado, que era cierto lo que afirmaba y barruntaba, y por otro, que tal y como escribíamos semanas pasadas que “el todavía equipo de Gobierno” era como el estar “en manos del mono borracho”. Al ex líder no le gustó tal apreciación. Normal.
Era retratar los males que ha ido acompañando a este Gobierno decrépito e incapacitado. Los hechos demuestran que el que comenzó como un adalid salvador y tripartito para resetear el sistema, la realidad -la cruda-, se los ha devorado con el paso del tiempo.
De la Encina queda ahora solo, apartado, señalado y cual apestado, desacreditado para no solo liderar su partido, sino para volver a presentarse a unas elecciones y seguir al frente del sillón de Peral estos próximos dos meses. La credibilidad la tiene agotada y el descrédito para la institución y a la presión de la que va a tener que soportar, ni va a tener recompensa ni debiera pasar por este trance El Puerto. Que deberá decir algo. Digo yo.
Es muy fuerte y muy revelador que después de descubrir todas sus intenciones y retirada su confianza el único que lo creía por cuestiones tácticas, se empeñe en representar una Alcaldía.
En el cinismo rimbombante se enfunda aún en la posible recuperación de la ciudad. Al igual que la orquesta del Titanic cree que todo sigue siendo posible sin percatarse que no hay problema sin solución, pero sí políticos con decoro. Decencia.
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