La tribuna de El Puerto

Corsarios, ¡venga ya!

Los corsarios se revelaron como un filón para los intereses comerciales británicos frente a la hegemonía de la corona castellana

Publicado: 29/03/2019 ·
10:13
· Actualizado: 29/03/2019 · 10:13
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Viva El Puerto

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Alejandro Merello

La patente de corso era una licencia que se otorgaba a ciertos propietarios de navíos, por los reinos o las autoridades municipales. Licencia por la que se autorizaba el ataque a barcos y poblaciones de países enemigos. Los corsarios se revelaron como un filón para los intereses comerciales británicos frente a la hegemonía de la corona castellana.  

Pero, una vez más, nosotros nos adelantamos: Como un siglo antes de que Francis Drake fuera nombrado caballero por su graciosa majestad –ya ven, la gracia que nos hizo a nosotros-, colocamos un vasco como corsario en las aguas del Mediterraneo. Ahí, un vasco de tomo y lomo. Para que no haya lugar a dudas de la bravura de los súbditos de la reina Isabel, La Católica. Trataron de rescindir estas dádivas en 1713, con el Tratado de Utrech.

Pero, una vez más, los españoles hacemos gala de nuestra originalidad y nos sentimos autorizados a realizar ataques a filas enemigas. Y así andan nuestros corsarios, los de las patentes otorgadas por sus propios palmeros y jaleadores, más interesados en el botín que en el servicio a la patria. En un mar cada vez más intervenido, pero con mucha calas en las que recalar.

Miremos donde miremos, encontraremos una patente de corso ¿Tendría acaso nuestro alcalde refugio más allá del error inocente si no dispusiera de su patente? O Beardo, ¿podría seguir adelante sin dar explicaciones a las acusaciones de apropiación indebida de fondos,  vertidas por el anterior secretario si no dispusiera de la suya? Y VOX, lo de VOX, es otro cantar.

Ellos extienden las patentes a corsarios ajenos. Si no, ¿cómo encontramos en sus listas a piratas de otros mares, a mercenarios que no aceptados en otros puertos, arriban a sus orillas? Verán, Francis Drake se constituyó como leyenda entre los súbditos de su graciosa Majestad. No así los nuestros, que son más pícaros que corsarios, listillos -en el mejor de los casos- ávidos por pillar el trozo de queso que su amo descuidó... Pero dejémonos de andar por los mares.

Llamemos a cada cosa por su nombre: al pan, pan; y al vino, vino. No eran corsarios, eran piratas. No son listillos, son sinvergüenzas. Eso si, ávidos por pillar un trozo de la tarta. Y detrás, los palmeros firmando la patente. Pero no se confundan, que esos también van por el trozo de queso. Corsarios, ¡venga ya! ¡Nosotros tenemos a nuestros pícaros!

 

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