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Mordaza social

En muy pocos años, hemos pasado de enarbolar la libertad de expresión y opinión a que haya que hablar con un calibrador de palabras en la lengua

Publicado: 16/11/2018 ·
09:50
· Actualizado: 16/11/2018 · 10:03
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Autor

José Antonio Vázquez

Periodista, analista político y especialista en comunicación institucional y corporativa. Secretario de la Asociación de la Prensa de Jerez

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Todos cuantos hemos nacido en plena democracia y que hemos crecido viendo aumentar los principios de una sociedad libre y democrática, creo que nunca llegamos a pensar que, en tan poco tiempo, veríamos cosas y actitudes muy parecidas a las que vivieron nuestros padres o nuestros abuelos. Y mucho menos que esos retrocesos vinieran de la mano de quienes llevan en una mano la bandera de la libertad y en otra la del progreso.

Vaya por Dios, resulta que de tanto recordar a Franco se nos han pegado algunos de sus tics. Si eso es la memoria histórica, bien le vendría a este país un poquito de alzhéimer histórico. Todo lo que no sea del gusto de la ideología que se cree predominante y moralmente válida, en cuestión de segundos es tachado de fascista, machista, homófobo, islamófobo…

De pronto, en muy pocos años, hemos pasado de enarbolar la libertad de expresión y opinión a que haya que hablar con un calibrador de palabras en la lengua. Ahora ya no se admite que se piense distinto. No. Eso era antes, ahora lo plural, lo de progreso, lo moral, lo suyo es opinar como una determinada sociedad autodenominada de izquierdas.  

Lo contrario, puro y duro fascismo, expresión casposa que rápidamente tiene que ser contestada con vileza en las redes sociales y, por supuesto, prohibido por ser delito o incitación al odio. Qué quieren que les diga. No hay mayor bien para una sociedad libre que la convivencia de opiniones distintas e, incluso, extraordinariamente contrapuestas, pero en la que hasta los extremos puedan decir lo que piensan. Pero no gusta.

No se puede llevar ya no la contraria, ni siquiera la duda, de la opinión publicada. Los que gritan más fuerte, aunque sean menos, han conseguido imponer una censura ideológica inaceptable e incluso pretenden jerarquizar en categorías a los ciudadanos según su moral. Piden libertad, pero solo para quienes secundan su pensamiento.

Censuran la mordaza, pero prohíben que les lleven la contraria. Critican la dictadura, pero imponen el pensamiento único. La autoproclamada superioridad moral de algunos obliga a la voz silenciosa a pronunciarse sin miedo, a pesar de las hordas feroces que, sobre todo en las redes sociales, se lanzan al cuello de cualquiera que ose a opinar algo que socialmente parece no está bien, pero que no deja de ser su opinión.

Al final, la memoria histórica cada vez nos está reviviendo más lo peor de la dictadura que conseguimos olvidar.  

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