El fin del curso político y en el debate del estado de la ciudad, ilustró el porqué de la situación actual. Una sangría de reproches, de achaques y de incontinencias verbales para eludir responsabilidades y para añadir más pena y menos pudor al descrédito político en general y al local en particular. El Consistorio portuense se ha convertido en un auténtico devorador de concejales.
En la presente legislatura ya han pasado por él 35. Hasta diez dimisiones se han producido en tres años. Todo un record y un síntoma elocuente de que algo no funciona ahí dentro y parece que da ya igual el color del partido y si gobierna o no. Es lo de menos. El giro prometido para revertir un cambio en la ciudad debe empezar y a tomar nota desde la génesis del problema, desde dentro, desde los despachos de Peral. Ahí está el problema a las soluciones.
Ir a la calle a vender el remedio sin tener aún un proyecto, es volver a tropezar en vano nuevamente con la cruda realidad. Así nos va y por eso da igual el inquilino que ostente el bastón de mando. Las políticas deben ser algo más que consignas y reuniones periódicas o fotos caricaturescas.
El Puerto, en su gestión, debe facilitar, acomodar y simplificarlo todo. La credibilidad y la prosperidad volverán cuando se ajusten y la responsabilidad vaya de la mano entre lo que se necesita y lo que se ofrece. La política no puede ser el problema que agrande el dilema.
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