Tras la apuesta de Albert Rivera para presentar a la alcaldía de Barcelona al barcelonés - e hijo y nieto de barceloneses - Manuel Valls, de 55 años, se ha planteado un debate interesante. Manuel Valls es francés, pero también es español. Ha sido alcalde en una población mediana en Francia y primer ministro francés durante dos años. Se ha posicionado contra el independentismo catalán con frases absolutamente contundentes. Ha recibido un tratamiento exquisitamente adulador de la prensa madrileña y aceptable de la catalana.
No todo es tan bonito como hasta ahora se ha escrito. Valls ha hecho una carrera política que ha llevado a su partido de origen desde los 18 años –el partido socialista- a la situación de extraordinaria dificultad en que se encuentra en Francia por una política fuertemente liberal, más que socialista, con la presidencia de Hollande. Curiosamente su desencuentro con quien fuera su ministro de Economía y asesor de Hollande, ha terminado con el triunfo sorprendente y arrollador de Macron, hoy presidente de Francia. Macron no lo quiso en su partido, tras perder las primarias socialistas y darse de baja del partido socialista, pero le consintió no presentarle oponente en su distrito electoral y – a pesar de ello- ganó sólo por algo más de cien votos.
Hay quien plantea que es una inquietante pica francesa que se coloca en la delicada política catalana –ha sido primer ministro-, aunque se comparta la idea de Rivera en el sentido de incorporar independientes y que “no debemos tener miedo al talento, sólo a la mediocridad” y de construir valladares frente a la deriva del populismo independentista. El otro aspecto de la cuestión es si un político que ha fracasado en su país de ejercicio político es apto para iniciar una carrera política nueva en un país vecino.
El mero anuncio del amago de presentación le ha aportado a Ciudadanos un aura de querer innovar con políticos –con los que se puede discrepar profundamente- pero con una brillantez fuera de duda. Su incorporación tiene aspectos polémicos pero significa en España algo que se parece al nombramiento de Felipe González como ministro de Cultura de Jorge Semprún, el polémico y lúcido escritor –que escribía en francés y español- e independiente tras haber militado durante años en el partido comunista. Pero tuvo la precaución de no presentarse a ninguna elección.
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