Los aparcamientos continúan sumando nuevos capítulos al ya de por sí extenso curriculum portuense. Antes por su intención de construirlos y ahora por su gestión. Uno por su majestuosidad y laboriosidad en el empeño de cambiar la fisionomía actual y otros, en menor medida, por la designación y por la polémica diligencia administración de los mismos.
La oposición a los proyectos de los parkings subterráneos obtuvo la argumentación de acabar con el supuesto negocio que “algunos” estaban realizando con estos o pretendían realizar. El tiempo empieza a mostrar otra realidad a las primeras de cambio. Ni se le dio salida ni solución a los gorrillas atraídos en la supresión de la Zona Naranja ni se le ha dado una mejor figuración a los dispuestos en la Feria.
Ni hubo acuerdo con los desempleados que iban a gestionarlos ni se le ha dado trasparencia en su designación ni en su cometido.
Dudas y muchas preguntas que enrevesan y enredan el tema. La vuelta a la moneda ha tenido, paradójicamente, y avivado con la controversia, al que abanderó la reivindicación de anular y soslayar de manera pública el abono de los aparcamientos. Ahora se le acusa de favoritismo y de irregularidades.
El que sostuvo como máxima de aclarar y exigir, tiene el balón en su tejado para acallar críticas y mostrar con luz y taquígrafo el informe que lo acredite. Ya están tardan en hacerlo público y mostrarlo. Las explicaciones, es un decir, más que aclarar es una inculpación en toda regla. La mujer del César...
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