Entiendo que te sientas perseguido, entiendo que creas que la más mínima decisión puede desencadenar mayores problemas de los que ya tenías antes de pisar la arena.
“Ave, Caesar, morituri te salutant” decían los naumachiarii (combatientes de las batallas navales romanas, previamente condenados), por eso te entiendo. Créeme que te entiendo.
Que tu labor dependa del pulgar de un emperador romano y del pueblo que clama al cielo tus fechorías. Te dan los primeros golpes y enseguida piden tu cabeza a cambio de tu torpeza con tus armas.
“Fortes fortuna adiuvat”. Pero te ven débil, sin autoridad. Permites que te golpeen durante los noventa minutos que dura la contienda. Permites que los gobernadores de la arena te digan una y otra vez qué hacer. Y confías en que la tempestad cesará en unos minutos.
De repente cesa, pero solo es la calma que precede a otra tempestad. Y esto se repite una y otra vez, y otra vez, y otra vez, hasta que te conviertes en Dios para que, mediante silbidos agudos y dos trozos de cartón, agonice la tempestad.
Pero ahí, tus devotos han perdido la confianza en ti y ya no hay nada que hacer…
Dejando de lado esta alegoría... entiendo tus miedos. Lo que no entiendo es que no seas líder, líder del barco en el que nos embarcamos jugadores y cuerpos técnicos.
Entiendo que es complicado y déjame decirte que, al menos, serás mi líder cada vez que me siente en un banquillo.
Porque aunque tengas muchas malas experiencias, recuerda, ni todos somos gladiadores, ni gobernadores, ni todos pedimos tu cabeza.
A pesar de todo, si aún no te convencí, que sepas que lo más importante es liderar y ganar la contienda, así no pedirán tu cabeza. Espero volver a ver líderes en las arenas…
Alea iacta est.
eugenio.pedregal93@gmail.com
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