Estamos acostumbrados a oír que el hombre es un animal de costumbres. Resulta que determinadas conductas que llevamos a cabo con frecuencia son difíciles de abandonar y proyectamos una imagen fija toda la vida o gran parte de nuestra existencia.
Al escribir este artículo estoy pensando en alguien que intenta, desde su atalaya, influir en otros sometiéndolos a sus deseos o, lo que es aún peor, creyendo que con sus decisiones va a hacerles cambiar de opinión.
Pobre ignorante, no se da cuenta que la manera de actuar es la consecuencia de algo sobrevenido y no una inclinación natural. Espero que no sea esto último y que pueda rectificar, porque la reiteración tiene consecuencias muy notables, de tal manera que con una repetición acertada se progresa y con una equivocada, se retrocede.
La ruptura de una cadencia perjudica o beneficia según sea buena o mala. No se puede confundir lo que se quiere con lo que debemos querer. Una forma diferente de ser pasa ineludiblemente por una forma diferente de pensar.
Lo sobrevenido de los buenos y malos hábitos no es algo que aparece de la noche a la mañana, sino que, según mi criterio, son cuatro pasos en su conjunto los que nos conducen a la realidad: surge y se desarrolla en el seno familiar, que está o no en la cota exigible para educar debidamente de acuerdo con las circunstancias de cada momento; confía en el círculo de amigos, apropiado o no; sigue con una formación escolar exitosa o fracasada, y se alimenta de unos medios escritos y audiovisuales que tienen mayor o menor rigor y calidad.
Pido perdón a mis lectores por lo filosófico que me he levantado esta mañana, pero alguien ha de saber en función de sus usos cuántas veces para o tendrá en consideración a los mismos. No debemos olvidar que la permanencia en el tiempo de buenos o malos hábitos conduce al fracaso o al éxito. El camino de vuelta hay que recorrerlo desandando lo andado.