Titulitis

Publicado: 19/04/2018
Autor

Francisco Palacios

Palacios es matemático y programador. Publicó su único libro hace ya unos años y sigue siendo el autor más leído de su calle

El pobrecito hablador

Escribo sobre lo que me gusta, pero sobre todo sobre lo que me disgusta, como un grito desesperado para no ganarme una úlcera

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No basta con dar explicaciones, como parece que todo el Partido Popular proclama a los cuatro vientos. Además, esas explicaciones han de contener hechos veraces
Recuerdo con cariño las veces que puse alguna excusa por no haber hecho los deberes: desde que un inexistente perro se los comió hasta un inoportuno paseo por la lavadora.  Eran explicaciones, pero tan falsas como el Nobel de Literatura de Belén Esteban.

No basta con dar explicaciones, como parece que todo el Partido Popular proclama a los cuatro vientos. Además, esas explicaciones han de contener hechos veraces y contrastables. Dar explicaciones no constituye un acto de trilerismo, sino el momento apropiado para aportar pruebas y documentos sin falsificar.

En estos días, los curricula de nuestros políticos están desapareciendo de golpe de las webs de las instituciones públicas, no vaya a ser que le dé a alguien por comprobar que la mayoría no tiene más que una etiqueta de anís El Mono enmarcada. Al parecer, en su afán de posturear, engordan sus estudios como el que ceba un pavo antes de Navidad. Y todo porque, en su infinita sabiduría, creen que el hecho de tener veintitrés másters les hace estar más preparados para las labores de gobierno. Como si conoce las reglas del ajedrez nos convirtiera al instante en Casablanca o Kasparov.

Los títulos reales en este país sirven, básicamente, para tener que emigrar al extranjero, donde se les considera por lo que son y lo que valen. En caso de quedarte aquí, te permiten ocupar el valoradísimo puesto de Oficial Técnico Reponedor de Tubérculos en Fritura, lo que viene a ser encargado de las patatas fritas en una hamburguesería.

Sin embargo, los inventados elevan a los mediocres a las más altas cotas de la Administración Pública; cualquiera de estos profesionales de la política no ha demostrado profesionalmente sus dotes, pero sin embargo se les concede la responsabilidad de dirigir nuestra educación, nuestra sanidad, nuestras infraestructuras, sin haber dado una clase, haberse puesto una bata blanca o un casco.

No es mejor político el mejor vestido, ni es peor el que lleva rastas. No es mejor gestor el que tiene más títulos colgados en las paredes de su despacho, ni peor el que no se pudo pagar un máster en Harvard. El buen político es el que gestiona, piensa en sus ciudadanos y no mete la mano en la caja. Y de esto último, hay muchos que tienen Doctorados Honoris Causa y sobresalientes cum laude.

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