El ojo de la aguja

Tren de vida

Existe una fuerza superior a nosotros que nos introduce en una lucha constante en todos los frentes del campo de la competitividad

Publicado: 17/09/2018 ·
12:26
· Actualizado: 17/09/2018 · 12:26
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Autor

Juan Bautista Mojarro

Mojarro es un veterano articulista onubense, escritor y poeta. Ha trabajado y colaborado con casi todos los diarios onubenses

El ojo de la aguja

Un viaje por el pasado de Huelva, sus barrios, sus personajes ilustres y anécdotas, además de sus reflexiones sobre el devenir de la sociedad

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De algún tiempo a esta parte, y muy a pesar de que la sociedad que hoy nos toca vivir está entrando irremisiblemente en una dinámica nada bonancible de marcha, nos movemos a una velocidad de vértigo tras no sabemos qué tipo de “paraísos” que nos lleva de la mano al paso de cada instante.

Existe una fuerza superior a nosotros que nos introduce en una lucha constante en todos los frentes del campo de la competitividad. Afanes de logro y logros no conseguidos, desde abajo hacia arriba y viceversa, mirando tan solo el bien propio y obviando el bien común como instrumento fundamental para el arreglo de esa cortina de males que, como si se tratasen fantasmas, nos asedian y nos estiran cada día, convirtiéndonos en meros objetos instrumentalizados, insensibles ante todo tipo de hecatombes y desastres que acontecen cada vez en mayor grado, asumiéndolos, por su constancia, como si los mismos no fuesen con el concepto humano que nos debe definir.

Tratamos a través de la consecución de este ‘tren de vida’, que pasa de una manera constante y cada vez en mayor aumento en todas las latitudes de nuestro hemisferio, diferentes comportamientos y actitudes en el ser humano, dejando por detrás, como ‘engatusados’, una estela de pequeñeces que, en la mayoría de los casos, nos son necesarias tanto para el fortalecimiento moral como para el estado físico de cada persona o seno familiar.

El tren de vida que nos ha impuesto esta sociedad nuestra ‘psedoesclavizada’, donde están surgiendo el aumento de las depresiones laborales, las tensiones entre los mismos compañeros de trabajo, el endurecimiento laboral, el seguir siempre hacia adelante sin saber mirar atrás, duro contraste de un batallar diario contra una mismo, peinado o maquillado por lo banal e insulso, para llevar a las futuras generaciones a una incertidumbre que se asoma por los visillos. La cuestión, sea como fuere, es la de no perder este tren que tenemos por delante y del que nadie se baja por temor a cosas peores, que se silencia, y al que se deja pasar volviéndole el rostro. Un tren que nos divide, que en lugar de acercarnos, nos aleja uno de los otros, convirtiéndonos en menos propensos a lo colectivo, aunque nos cueste creerlo, y de esta manera tengamos que conformarnos, algunas veces, con el hecho de viajar en el último vagón porque a duras penas cogemos por los pelos.

Es un tren impensante que agiganta futuros en desacuerdos y agrada ambiciones pueriles y ambiciosas que en el discurrir del tiempo se pierden en la evolución generacional de las descendencias. Todos, unos más y otros menos, nos hallamos metidos en este ‘tren de vida’ que se empequeñece eso sí, con aquellos versos de Juan Ramón Jiménez: “Ve despacio, que el tiempo pase sobre ti como un buey manso”. Puestos a viajar en este ‘tren de vida’ de cada día, a pocos nos sabe ya a bien algún remedio para el mejor de los regresos.

 

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