El ojo de la aguja

La canoa de La Rábida

Familias de onubenses, con sus hijos de diferentes edades, portando neveras, con sus bolsas, tortillas de patatas y de bacalao, tomates para abrirlos con sal...

Publicado: 02/07/2018 ·
11:26
· Actualizado: 02/07/2018 · 11:29
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  • Familias de picnic en La Rábida. -
Autor

Juan Bautista Mojarro

Mojarro es un veterano articulista onubense, escritor y poeta. Ha trabajado y colaborado con casi todos los diarios onubenses

El ojo de la aguja

Un viaje por el pasado de Huelva, sus barrios, sus personajes ilustres y anécdotas, además de sus reflexiones sobre el devenir de la sociedad

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En cierta atmósfera de soledad transitoria que a veces acude como aquel que se presenta donde no le llaman, pero con el apoyo incuestionable de mi mujer, Carmen, me invaden también como un sedante episodios de aquella Huelva de los cincuenta que parecen escapar de sus páginas amarillas en un intento estéril de que no se pierdan en su tiempo muerto y cobrar de nuevo sus imágenes diferentes hálitos de vida.

Y todo porque al visitar la Punta del Sebo reformada, se me pone por delante el celuloide de la pasarela que terminaba en el pequeño muelle para embarcarnos en la canoa que llevaban a los viajeros a pasar el domingo a La Rábida. Familias de onubenses, con sus hijos de diferentes edades, portando neveras, con sus bolsas, tortillas de patatas y de bacalao, tomates, para abrirlos con sal, sandías, el sifón o la gaseosa, el búcaro del agua, los ricos caldos del Condado, picadillos, chorizos del Andévalo y enseres estivales que llenaban la canoa de la Rábida, que se hallaba en un continuo ida y vuelta, pasando por encima de ese abrazo de aguas que se dan los dos ríos, el Tinto y el Odiel.

Era un tráfago constante para gozar del respirar de los pinares y de los aires salineros que se adentraban en los ríos procedentes del Atlántico, colgantes sombras de los pinos que se alargaban a las conjuras del sol donde se asentaban las familias onubenses que se daban cita en tan emblemático lugar histórico. Destaca aún en la Rábida, para bien de nuestra historia, en la antesala de su muelle, el Monumento al Plus Ultra en memoria de los protagonistas de la gesta, Ramón Franco, Pablo Rada y Ruiz de Alda. Y es que a La Rábida, en la época estival, acudían no solo onubenses de la capital sino también de las poblaciones cercanas, como Palos de la Frontera, Moguer, San Juan del Puerto, y hasta de Lucena y Bonares, de la misma manera que ahora ocurre con la celebración de la romería de Los Milagros.

La gente menuda, la chiquillería, se bañaba en el orillear de los crecidos y limpios juncos y la fauna existente a la captura de los cangrejos y barriletes. Desde el pequeño muelle de madera la gente joven se zambullía en las aguas, pero de manera especial cuando llegaban  las pleamares, porque era cuando las corrientes del estero detenían el curso de sus aguas. Toda una estampa imborrable de aquella Huelva lejana y rosa que la erosión del tiempo no podrá destruir para la historia de esta ciudad.

 

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