El ojo de la aguja

La purga

Andaban algunos viejos en el casino, los pocos que quedan, con el erre que erre que los estiran y vivifican, frente a las fichas del dominó

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Andaban algunos viejos en el casino, los pocos que quedan, con el erre que erre que los estiran y vivifican, frente a las fichas del dominó, y hablando de la falta de trabajo, del maldito cierre de la mina, de donde se iban a meter los nietos como se está poniendo la cosa. En el casino se hizo silencio en el informativo de las ocho en el canal cuatro, otro atentado y se crispan los de la tercera edad. Se olvidan de la pensión, del paro, de los corruptos, de Cataluña y de los nietos que para el año que viene se quedan sin la fresa como Huelva dicen que también se queda sin la sardina.

Quiebran el cerco que hicieron los cuatro en torno a la mesa donde jugaban al dominó y se acercó al televisor Anselmo. Se había sacado la mano del cinturón que le ajustaba la barriga, y señalando con la mano la pantalla del televisor dijo: “¿Cuándo se acabará esto, leche?”

Los otros cinco seguían las noticias impertérritos y se limitaron a decir al unísono: “¡Eso!” El volumen del televisor del casino subió por obra del responsable de la repostería  desde el mando a distancia. Ocho muertos y una docena de heridos en Nueva York ocasionados por un terrorista o, como suelen denominarle también, ‘lobo solitario’, arrollando a las personas con una furgoneta. Es el estilo, por lo visto, más usual.

Los que jugaban al dominó se pusieron delante del televisor y olvidaron la musicalidad ocasional  de las fichas del juego, dejaron la partida y soltaron algunos tacos.

“Esto no sabemos por donde puede salir”, dijo otro. “Hace falta una ‘purga’, somos ya muchos, tenemos que quedar la mitad, lo decía mi madre”. Pero en el casino se imponía la voz del informador  que ganaba audiencia y expectación, ya que continuaba dando detalles sobre el atentado terrorista. Llegaron más viejos y se acomodaron ante el televisor, y opiniones para llenar un saco.

Ellos, en su mayoría,  habían trabajado toda su vida en la contramina, sabían de la muerte muy cerca, la habían topado unos más que otros con la explosiones a veces desordenadas de los barrenos, conocían la dinamita, el color más exacto de la tiniebla y de la muerte en las galerías por el logro y el pan terriblemente compensado.

“Los gobiernos sin sangre no son gobiernos”, aseveró otro con tintes fascistas. Unos y otros se despachaban con drásticas soluciones. Finalmente entró en el casino el conocido por el apodo ‘Minuto’, un minero ya jubilado que emigró a Alemania. El ‘Minuto’ hablaba y convencía, gozaba entre ellos de hábil persuasión.

-¿Te has enterado ‘Minuto’?

 -Sí, yo no sé nada de política pero sí es cierto que con tanto progreso, los locos se acercan más al número de cuerdos. Se ven  aparentemente normales  y así no hay manera, porque en Alemania vas por  la calle y no sabes distinguirlos, como en el resto del planeta, supongo. Es imposible saber quién está bien de la cabeza y quién no.

 

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