Hubo un tiempo en el que las sevillanas llenaban prácticamente estadios. Y en el que ver tres sillas de enea colocadas sobre el escenario, aún en la penumbra, era el indicador de que algo grande estaba a punto de ocurrir. Nada más y nada menos que tres voces al unísono, fusionadas entre sí, como si de solo una se tratara. Las inconfundibles voces de José Antonio Conde, José Antonio Martínez y Juan Márquez. Juan, Conde y Mínguez; Salmarina.
Un grupo señero que ha traspasado fronteras llevando a gala, con mucho orgullo, el nombre de su pueblo: Sanlúcar de Barrameda. Algo que podemos ver reflejado desde el título y la portada de sus álbumes hasta el contenido de sus canciones, que cuentan con numerosas referencias a barrios y lugares emblemáticos de la ciudad, artes y costumbres locales. Letras llenas de localismos, sentimientos y temas cercanos al sentir de cada época. Le han cantado al amor, a la Virgen del Rocío, a su pueblo o a la libertad, incluso con tintes claramente reivindicativos en algunas de sus letras.
Quiero ser muy tajante en esto, porque no necesitan siquiera presentación. No puedo entender cómo en cuatro décadas nadie se ha acordado de ellos. Ya no con una calle o una plaza, como otros artistas han podido disfrutar merecidamente en vida, sino con un simple reconocimiento institucional a una trayectoria profesional repleta de éxitos. Debe ser cierto aquello de que nadie es profeta en su tierra, pero la realidad es que en cualquier otro sitio algo así sería inaceptable.
Siempre fue algo complejo definir su estilo: se salieron de la norma y pusieron voz a algo propio; una revolución frente a las tradicionales sevillanas clásicas y populares de la época. Esta nueva corriente estuvo marcada por la pluma de sus grandes ideólogos, José Miguel Évora e Isidro Muñoz; los hermanos Muñoz Alcón que, junto con Manolo Sanlúcar, conforman un trío de ases único e irrepetible en la historia.
Resulta difícil elegir entre la veintena de trabajos discográficos publicados por Salmarina. Intérpretes originales de tantas y tantas letras que circulan en el imaginario colectivo como “Soy libre”, “Mi vida es mía”, “A dónde vas luna”, “Fue en Sevilla”, “A las claritas del día”, “Ay, mi paloma”, “Mercaíto” o “Por sevillanas”, entre un largo etcétera. En Las sevillanas de Salmarina (1985) dejan grabado a fuego el sello que los acompañará durante toda su trayectoria artística. Bordao (1986) es punto y aparte; el antes y el después de su carrera. En Barrio Alto (1990) cuentan con la inconfundible guitarra flamenca de Vicente Amigo. Una noche de soberbia (1994) reúne en forma de popurrís sus letras más geniales con el acompañamiento musical de la Orquesta Sinfónica de Londres y los arreglos, como no podría ser de otra forma, de Évora.
En 1992 participan en la mítica película Sevillanas, de Carlos Saura, como ejemplo del estilo contemporáneo. Un trabajo en el que incluso el mismísimo Camarón de la Isla llega a cantar uno de los temas compuestos por los hermanos Muñoz para el grupo sanluqueño anteriormente, aquel “Pa qué me llamas prima” que estrenaron en el disco Azotea (1988). Cuarenta años más tarde, Conde y Mínguez mantienen aún encendida la llama de este grupo legendario, que continúa produciendo nuevas canciones.
Hace poco tuve la oportunidad de charlar con ellos y pude preguntarles si verdaderamente creían que podría haber llegado el momento de recibir algún gesto institucional, un homenaje en nombre del pueblo de Sanlúcar: “Creo que nos han dejado un poquito al lado. No entendemos el porqué, pero espero que algún día se nos reconozca”. Sinceramente me cuesta creer que a nadie se le haya pasado por la cabeza hasta el momento. Que esta es una tierra de grandes artistas y todos merecen tener su espacio es algo en lo que todos debemos estar de acuerdo. Pero con los méritos suficientes y tras haber cumplido cuatro décadas en el mundo de la música, igual sería conveniente saldar una deuda pendiente y reconocer que ahora sí ha llegado la hora de Salmarina.
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