Caperucita Roja y el lobo

Publicado: 01/11/2020
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Los años iban pasando, y un buen día nació la idea de formar un Coro Mixto que fuera a Cádiz a cantar las cosas de nuestra tierra.
Eugenio era lo más pacífico y entrañable que uno pudiera imaginarse. Lola era su complemento ideal, buena gente y siempre animosa y sonriente. Desde mucho tiempo atrás habíamos recorrido juntos muchas vivencias, desde los Boys Scouts con nuestros niños bajo la flor de lis, pasando por la docencia y por la dirección de aquel Colegio Reina de la Paz, tan grande que hubo que dividirlo en dos, hasta la bonita experiencia de las chirigotas callejeras perdiendo el temor al ridículo disfrazados de saco o de pájaros de Doñana.

Los años iban pasando, y un buen día nació la idea de formar un Coro Mixto que fuera a Cádiz a cantar las cosas de nuestra tierra. Hoy reconozco que había que estar ya un poco loco para montar aquella locura, pero lo hicimos con mucho esfuerzo y con afán de aventura. Corría el mes de septiembre de 1987, cuando a unos cuantos maestros nos dio por formar un Coro de carnaval y llevarlo al entonces Teatro Andalucía de Cádiz porque el Falla estaba en obras. Surgió la idea de disfrazarnos de personajes de cuentos infantiles, el Coro se llamó Colorín Colorao y, mientras ensayábamos en el Colegio Puente Zuazo durante aquellas luminosas noches de otoño, se fueron asignando los distintos papeles de cada uno. Allí estaban Blancanieves y los enanitos del bosque, Pepito Grillo, la Bruja, el Capitán Garfio, el hombre de paja… Será que el destino así lo quiso, pero Lola y Eugenio, de entre todos los personajes famosos de cuentos, cogieron el de Caperucita Roja y el del Lobo respectivamente. Eugenio cantaba con los bajos arriba como cualquier lobo de montaña, y Lola llevaba el canastito a casa de la abuelita con la leche, los huevos y la miel, ajena pero consciente del desenlace del cuento. Contaba ella con admiración y asombro que no sabía cómo ni por qué, pero que ya en el escenario del Andalucía se había puesto nerviosa, se había bloqueado y no le salía el cante por la garganta.

Saben los que conocen el cuento que el lobo se comió a la abuelita, pero no saben que después vinieron las paces y que se unió con Caperucita en una profunda amistad y en un matrimonio inseparable. Ellos formaban el mejor símbolo de paz que la humanidad pudiera inventar: el Lobo y Caperucita cogidos de la mano en plena armonía atravesando el bosque de la vida. Los locos también nos emocionamos cuando tiramos del recuerdo de aquellas vivencias tan lejanas y tan cercanas al mismo tiempo. Era una pareja comprometida con la educación especial y la atención a los niños con problemas. Se me amontonan los recuerdos, pero no puedo olvidar el esfuerzo que hicieron junto con mi hija Virginia cuando este loco se jubiló, montando una bonita fiesta de júbilo que siempre llevaré conmigo aquí dentro y en este cerebro loco.

Lola y Eugenio se han ido hace unos días con la misma rapidez con que pasan los años. Quiso Caperucita estar al lado de su Lobo incluso en la UCI, cuando las cosas le pintaban muy mal por culpa de la maldita pandemia, pero es seguro que Lola quiso adelantarse para irle abriendo a Eugenio las puertas del paraíso y para explicar allí arriba que Eugenio no era un lobo cruel, sino todo lo contrario.

Los echaremos de menos. Este loco y su mujer, Niní, quiere unirse de corazón a sus cuatro hijos y al grupo que más lo rozó después y que hoy llora sus muertes con desconsuelo.

 

 

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