- Está usted conectando con… Sepa ya de antemano que esta conversación puede ser grabada. Si es para cobro de recibos marque el número 1, si es para quejas, marque el 2, si es para averías, marque el 3, si es para acordarse de la madre que nos parió, que es lo más seguro, marque el 4, y, si es para cualquier otra pamplina que se le haya ocurrido así de momento, marque el 5. Se hace un silencio. Diga usted cuál es el motivo de la llamada.
- Pues mire, que, cuando me llaman, suena una música y yo no quiero que suene nada.
- No le he entendido, repita otra vez.
- Que cuando me llaman, sale cantando Frank Sinatra, y yo no quiero que suene ni Raphael, ni Manolo Escobar, ni siquiera Frank Sinatra, que no suene nada.
- No le he entendido. Repita otra vez, por favor.
- Que estoy ya hasta los mismos, que me quiten las músicas del aparato, que me va a dar el ataque, que…
- Le pongo en lista de espera, su llamada será atendida en breve por cualquiera de nuestros agentes.
Suena otra música. Esta vez es “Yesterday” de los Beatles. Pasan cinco minutos, pero a cada tres segundos, una voz muy tranquila para como tengo ya los nervios, me dice que siga a la espera, que en breve me atenderán uno de nuestros agentes, que ahora mismo están todos muy ocupados. Me meten todo el repertorio de los Beatles de una tacada. Los agentes siguen haciendo crucigramas.
Así durante un cuarto de hora. Me tengo que ir. Cuelgo cabreado. Llamaré más tarde, si llamo. Es que tampoco puedo hacer otra cosa más que aguantarme.
Esta es la cruz que soportamos día tras día, cuando tenemos alguna pega con la telefonía. Nos ponen una máquina que ni siente, ni padece, y allá te las veas. Si los locos no podemos hablar entre nosotros de cualquier tema sin liarnos a porrazos, imagínese lo que es hablar con una máquina, a la que no se le ve ni la boca, ni los pensamientos, ni la expresión del careto. Pasan los días, porque yo no puedo estar pendiente del teléfono todo el santo tiempo, y vuelvo a intentarlo en la confianza de que una voz humana, tierna y cálida me atienda en condiciones, que para eso pagamos el teléfono a precio de oro. Esperanza perdida
- Buenas tardes. Sepa que esta conversación puede ser grabada…
- Oiga, si nosotros solo queremos que nos quiten la música, que nos estamos acordando de todos ustedes más bien para mal. Que nos estáis volviendo locos a los propios locos.
- No le he entendido, repita, por favor.
- Que yo solo quiero que la música que me suena en el teléfono, me la quiten...
- No le he entendido. Repita otra vez…
Todo esto es un calvario que tenemos que pasar los españoles todos los días. Y precisamente, hoy Día de la Hispanidad, que es cuando uno puede sentirse más español que nunca, es cuando no se nos entiende después de repetir veinte veces la misma historia en español puro y duro. He escrito esto para que si estas líneas caen en manos de quien puede remediar esta tortura, lo haga de una vez por todas. Por lo menos que se beneficien los cuerdos, porque los locos ya no tenemos aparatos de teléfono en el manicomio, pues los hemos tirado por la ventana hartitos de que una máquina no nos entienda nunca. Y, aunque algunos nos la damos de Napoleón, sin embargo hablamos español perfectamente. País de locos.