El Loco de la salina

Jajaja

Aquí tenemos la experiencia de que reírnos nos puede salir muy caro, porque el que nos mira se cree que nos estamos riendo de él.

Publicado: 27/09/2020 ·
22:21
· Actualizado: 27/09/2020 · 22:21
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Este sábado pasado D. José Manuel Revuelta Soba publicó en este medio un artículo sobre la risa. En él nos habla sobre lo importante que es reírse, porque la risa, entre otras muchas cosas, previene las enfermedades cardiovasculares y es lo mejor que podemos hacer antes de morirnos, aunque ya se sabe que al final nos vamos a morir con total seguridad por mucho que nos riamos.

Me ha recordado un chiste: - Mira, Carlos, lo importante en esta vida es reírse de sí mismo. – Sí, sí, pero tú lo tienes muy fácil.

Los locos estamos de acuerdo en todo lo que dice, pero, don José, ¿qué podemos hacer nosotros para reírnos? Si alguien nos ayudara, seguro que tendríamos la cara risueña al menos un ratito al día. Fíjese, los locos nos levantamos temprano y de pensar que no podemos escaparnos nos entra una sinrazón por el cuerpo que se nos quitan las ganas de cualquier cosa. Sabemos que se nos pone la cara seria, porque nos miramos en el espejo y lo que se refleja allí es más bien para llorar. Nos ponemos la mascarilla y ya reírse es inútil.

Después nos vamos para el desayuno y tenemos a los vigilantes encima con un careto que sobrecoge. El loco que se ríe es porque no está bien del coco. Los vigilantes no admiten pamplinas y a los volados que no dicen pamplinas ya les han dado el alta. Estamos desayunando y una voz muy seria anuncia por el megáfono que la cosa se está poniendo fatal, que el que se mueva lo lleva claro, que silencio y que para hablar está el patio. Nos vamos al patio mientras nos ponen música de fondo; cualquiera diría que así da gusto y que la música alegra la existencia. Sí, pero no la que nos ponen a nosotros. En el patio no mantenemos una conversación normal, porque en caso contrario no estaríamos aquí encerrados. Hartos de dar vueltas nos vamos al salón a ver la televisión.

Es curioso pero los locutores cada día se superan. Ya no quieren saber nada de las noticias que bajan de los cien muertos. Y si hay una bronca en cualquier barrio, la vemos y nos liamos a bofetadas por parecernos a los que salen en el aparato. Si cogemos la prensa, peor. Don José, comprenderá que no nos vamos a reír con este panorama. Pero es que se va uno a la biblioteca y, si ya estábamos serios antes de entrar, no le quiero decir nada cuando llega el encargado y nos pone una cara que se le quita a uno las ganas de respirar. Así pasamos las tardes, serios como estacas.

Reírse será muy saludable, pero eso no nos lo diga usted a nosotros, que bastante hacemos con mantenernos aquí encerrados en contra de nuestra voluntad. Cenamos en silencio y a dormir. No nos reímos ni en sueños. Termina usted poniendo una frase del poeta inglés Lord Byron: “Ríete siempre que puedas, es una medicina barata”.

Aquí tenemos la experiencia de que reírnos nos puede salir muy caro, porque el que nos mira se cree que nos estamos riendo de él. Le voy a contar un secreto y que quede para usted y para mí naturalmente: yo estoy aquí en este manicomio precisamente por reírme, pues todo el que me veía, sabiendo cómo están las cosas, me tomaba por loco y me denunciaba. Al final me trajeron para acá y aquí estoy todo el año serio.

Sin embargo hoy voy a seguir su consejo y haciendo una excepción me voy a reír por escrito: jajaja.

 

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