El Loco de la salina

¿Qué hubiera pasado?

La bolita ardiendo como un cohete le ha servido como colofón a los fuegos artificiales con motivo del bicentenario de la Feria del Carmen y de la Sal.

Publicado: 27/07/2020 ·
15:20
· Actualizado: 27/07/2020 · 15:20
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Tengo que contarlo, porque esto es de locos. Yo suelo acostarme pronto, porque me canso de estar escuchando pamplinas a todas horas en este disparatado manicomio. Pero no sé qué pasó el otro día, que a las tantas de la noche a mis amigos, que no tienen otra cosa que hacer, les dio por cantar. Como muchos están hartos de llevar la mascarilla, cuando se la quitan por la noche se les va la olla totalmente y se ponen a cantar. Debe usted saber que en el manicomio tenemos todos los músicos del mundo y además, a todos les gusta que los llamen por su nombre. Verdi se puso a pegarle fuerte sin piedad a la Traviata, Beethoven no paraba de entonar eso de escucha hermano la canción de la alegría, como si los hermanos estuviéramos sordos y no pudiéramos escucharlo, a Raphael le dio por cantar a tope su escándalo, y para colmo los del Dúo Dinámico del fondo del pasillo dejaban muy claro que pensaban resistir hasta que los callaran los vigilantes.

No había quien cogiera el sueño. De modo que me fui al patio a ver si se me aclaraban las ideas. Esto es lo malo de vivir en un manicomio, que no te dejan respirar entre unos y otros por una cosa o por otra.

De pronto, por encima de mi cabeza la cosa se puso muy rara. Levanté la vista y me quedé alucinando. En seguida pensé que aquello era una señal del cielo. Seguro que los Reyes Magos venían detrás de aquella estrella de Oriente. Y, aunque es verano, está claro que las estaciones se están volviendo cada vez más locas con esto del clima cambiático. Nada más ver el cielo iluminado, se me vino a la cabeza pedir tres deseos. El primero, una mascarilla que se abriera automáticamente por la parte de la boca al enseñarle la cuchara. El segundo, unos buenos tapones para los oídos que afinaran todo lo que estaban desafinando mis compañeros del manicomio. Y el tercero, unas gafas de visión nocturna para dar con los billetes por muy escondidos que estuvieran.

En esto estaba yo, cuando una voz por detrás me sacó de mis deseos, me preguntó qué hacía y yo le dije que nada, no fuera que me quitara mis ideas y las cogiera para él. Yo seguía mirando al cielo y el loco me aclaró que aquella bola de fuego recorría el firmamento con una bulla impresionante. Me aseguró que la bolita iba a 220.000 kilómetros por hora y echaba un chorro por detrás más caliente que los palos de un churrero. No sé por qué las autoridades consienten esas velocidades con el peligro que llevan. Me indigné, porque aquí vas a 150 kilómetros y son capaces hasta de quitarte el carnet de conducir. Después me enteré que era un pedrusco que se había vuelto loco y se estaba acercando a nuestro planeta tanto, que podía haber chocado contra nosotros y figúrese el estropicio que hubiera ocasionado.

Como los locos seguían con sus cantos, me puse a pensar qué hubiera pasado si la bola nos coge de lleno. Lo primero que hubiera pasado es que al Cádiz no le hubiera valido de nada haber pasado a Primera División. Además, el leñazo hubiera dejado abiertas las puertas del manicomio y ya estaba yo en mi casa.

Pero esto a quien le ha sentado bien es al Ayuntamiento, porque la bolita ardiendo como un cohete le ha servido como colofón a los fuegos artificiales con motivo del bicentenario de la Feria del Carmen y de la Sal.

 

 

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