El Loco de la salina

Lo nunca visto

A todo esto pasó el tranvía haciendo un ruido espantoso y pidiendo a gritos tres en uno.

Publicado: 06/07/2020 ·
01:18
· Actualizado: 06/07/2020 · 01:18
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Por fin nos han dado unos días de vacaciones y los locos hemos salido en estampida. Pero, según lo que veo en la calle, me parece que voy a volver y me voy a quedar otra vez ingresado, porque esto no lo entiendo. Me explico. Iba yo dando una vuelta y, cuando pasé a la altura del Centro Obrero, me di de frente con el niño de bronce que hace allí guardia permanente con su botijo. Me paré y me dio por leer le placa que está en la pared a su espalda. La primera palabra que aparece es Cola! Yo no sé a qué podía referirse, si a la coca cola, al cola cao, a la cola de los que cargan los pasos o a cualquiera de las colas que se forman en La Isla cada dos por tres. Esto ya me lo habían dicho, pero me parecía totalmente imposible.

¿Colas en La Isla? Eso no puede ser. Tiré por la calle Real a ver si era verdad una cosa tan extraña, y nada más salir de la calle Rosario comencé a ver colas en todos los bancos. Los paisanos, con su mascarilla puesta más o menos mal, esperaban pacientemente que los bancos de la calle Real abrieran sus puertas. Uno detrás de otro, a más de dos metros, formaban colas infinitas. Y me quedé con la duda de si los bancos se están poniendo las botas con los ingresos o se están quedando sin dinero los pobres.

Pero sobre todo me admiró el que los cañaíllas guardaran cola tan educadamente sin protestar, ni colarse por la cara, que es lo que siempre se ha hecho en cualquier cola que se organizara. Entonces mandaba la picaresca y se tenía a gala meterse por delante de los que esperaban, para conseguir que a uno lo tendieran antes que a los desgraciados que habían guardado su turno pacientemente. Seguí andando y tirándome pellizcos porque no me lo creía. Cuando iba por la calle San Diego pude ver una interminable cola que se prolongaba buscando la puerta de la Iglesia Mayor. Pero si ya no se echan cartas, ¿a qué va tanta gente a Correos? Me quedé observando el tema y cada vez que llegaba uno decía: ¿Quién da la vez? También se utilizaba otra expresión: ¿El último? Esto a sabiendas de que el último era ya el que preguntaba, y que automáticamente el que estaba el último ya era el penúltimo. Tanta educación y tantas buenas maneras es algo nunca visto aquí en La Isla. La fila de gente se deslizaba entre los bares y las vías del tranvía. De vez en cuando salían cabreados los dueños de los bares a pedir que el personal dejara hueco por favor, porque no se podía sentar nadie a tomar nada que no se diera de cara con tantos y respetables culos.

A todo esto pasó el tranvía haciendo un ruido espantoso y pidiendo a gritos tres en uno. Dicen que todavía está de pruebas, aunque lleva así desde que dejé el chupete. Me volví y allí dejé las colas coleando. Me dio la impresión de que se le está cogiendo gusto a las colas y esto puede ser también sintomático. Pasé por la Mallorquina y escuché a unos cuantos hablar de un tal Covi, y uno dijo en voz alta: “Esto va a traer cola”. Me paré en seco y me dije a mí mismo que no podía más y que ya mismo estaba yo en el manicomio.

Esperemos que no haya cola para entrar, porque estoy viendo que cada vez hay más locos.

 

 

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