El Loco de la salina

Locos por la playa

Este año habrá más gente bañándose que en la orilla y seguro que la policía se va a tener que meter hasta el cuello para separarnos.

Publicado: 25/05/2020 ·
19:57
· Actualizado: 25/05/2020 · 19:57
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Estamos los locos un poco o un bastante revolucionados, y no es por el deficiente estado de nuestras averiadas mentes, que también, sino porque ya mismo las autoridades competentes nos van a dar permiso para ir a la playa. Por lo visto, a partir de hoy lunes ya se puede uno bañar al aire libre y sin jabón. ¿Les parece poco el pelotazo? Estamos nerviosos, porque por fin vamos a volver a lo de siempre, a lo nuestro, a la sandía, a las sillas plegables, al grito de Antoñito salte del agua, a las botellitas frescas y al sofocón del aparcamiento. Encerrados en el manicomio, igual que todo el mundo en sus casas, hemos tenido que echar la mente a volar muchas veces, cosa que nos ha costado muy poco, durante esos interminables días de pared y patio. Y en muchos momentos de tantas tardes plomizas nos tuvimos que remontar de imaginación a aquella tierna infancia que nunca debimos abandonar.

Todavía llevamos en el paladar el sabor del candié que nos daban nuestras queridas madres al salir del agua, porque decían que te abría las ganas de comer y te ponía estupendo. Incluso nos esperaban en la orilla con la toalla desplegada para fuéramos entrando en calor. Recordamos con cariño las advertencias continuas sobre la digestión que nunca se terminaba de hacer aunque hubieran pasado las tres horas de rigor, y los siete baños consecutivos que servían para…, ya no me acuerdo para qué. Aun sentimos en el cuerpo las excursiones a Cañorrera para bañarnos en el fango y entre sapinas, que era lo más bueno que te podía pasar. Desde chicos habíamos escuchado que la playa era lo más sano del mundo y, cuando llegaba esta época precursora del verano, nos repetían que si el yodo era santa medicina, que si las olitas te curtían la piel, que si la brisa del mar era fantástica para los pulmones…

Pero hace unos meses, un día, de golpe y porrazo y por culpa de un maldito e invisible virus, todo cambió para desgracia de los que ya estábamos encerrados y para calvario de los que estaban libres fuera de este manicomio. La playa se convirtió en un lugar prohibido a donde no se podía ir, porque esos virus sabían también nadar y podías convertirte en carne de cañón a la más mínima. La playa pasó a ser de buenas a primeras uno de nuestros enemigos públicos y un sueño tan dorado como imposible. Es verdad que, aunque aquí somos muy de playa, antes nos cansábamos a veces de tanta arena, de tanto trajín de olas y de tanto aperreo. Dice el refrán que lo poco gusta, lo mucho cansa y lo repetitivo aburre. Por eso en algunas ocasiones se nos apetecía salir al campo, pisar la tierra, oler la hierba, ir a alguna venta a comer...

Pero somos como somos y ha bastado que nos prohíban bañarnos en la mar océana, para que sintamos unas ganas horrorosas de irnos para Camposoto y tirarnos de cabeza al agua. Este año, más que nunca, vamos a ir a la playa con una alegría extraordinaria. Se va a meter en el agua gente que en el pasado fueron solamente carne de sombrilla y tinto con casera. Ya el agua no les parecerá fría y peligrosa, sino amiga añorada y querida.

Este año habrá más gente bañándose que en la orilla y seguro que la policía se va a tener que meter hasta el cuello para separarnos.

Eso sí, michelines vamos a ver unos pocos, para qué nos vamos a engañar.  

 

 

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