El Loco de la salina

¡Cómo han cambiado las cosas!

Y son bichitos que, como decía un ministro, se caen desde lo alto de la mesa y se matan. Parece como mentira, pero es verdad.

Publicado: 10/05/2020 ·
23:35
· Actualizado: 10/05/2020 · 23:35
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Por muy loco que uno esté, siempre hay momentos en que las pastillas hacen efecto y lo ponen a uno a pensar en otras cosas. Hoy se me ha venido a la cabeza una idea que no me deja dormir y que quiero traer aquí a ver si este dolor se me pasa sin tomar esas pildoritas blancas que me dejan atontado. Y es la guerra. Lo que han cambiado las cosas desde que aprendí lo poquito que sé de historia.

La palabra guerra suena a cara de perro, a rabia, a carro de la muerte. Por su culpa se llenaban, y desgraciadamente se llenan todavía, los campos de batalla de tullidos, de heridos, de cadáveres, de gente a la desbandada. Ha pasado el tiempo, y ahora, cuando abro mi viejo libro de historia y leo cómo Julio César planteaba esos combates interminables en la Galia, esos crueles asedios a una ciudad con sus escaleras y todo, o esas catapultas tirando pedruscos de a tonelada, una sonrisa se me sube a la cara. Después me lleva el libro al fascinante mundo de la Edad Media con esos interminables asaltos a las ciudades de aquellos hombres vestidos de metal achicharrándose con el aceite hirviendo que desde arriba les tiraban y todo a base de leña y sobresaltos; una sonrisa se me viene arriba. Salto páginas y me encuentro con Lepanto, con aquellos barcos humeando y pegando cañonazos, con sus velas echando chamusquina y con aquellos hombres amontonados en una cubierta llena de cuerdas ensangrentadas y con un puñal en los dientes, y la sonrisa acude a mi rostro. Mientras vuela mi imaginación, voy pasando las hojas y me doy de frente con el mítico Napoleón. Un genio de la guerra, dicen, un estratega fantástico, que colocaba a sus hombres donde tenían que estar y que dirigía el orden de batalla abriendo las alas de su ejército y después cerrándolas como un abanico para caer sobre el enemigo y machacar al adversario, y una sonrisa me inunda la cara. Sigo pasando páginas y me llegan las guerras mundiales llenas de estrategias y ahora ataco por allí y luego por aquí, con ese Hitler volcado sobre mapas y maquinando cómo quedarse de golpe con todo el mundo y ese Churchill procurando que no se lo quedara a base de maniobras muy pensadas, y una sonrisa me llega desde el fondo.

Harto de leer esas páginas locas de la historia, dejo el libro encima de la mesa y pienso ahora en cómo han cambiado las cosas. Hoy no hace falta tener un ejército preparado, ni es necesario un campo de batalla, ni siquiera son imprescindibles las bombitas y todos los instrumentos tortuosos de la maldita guerra. Hoy no sirven las espadas, ni los cañones, ni los misiles, ni siquiera los puñetazos. Hoy unos simples bichitos con su corona y su veneno nos tienen atemorizados e incluso encerrados en nuestras casas sin asomar el bigote hasta que nos lo digan los estrategas modernos. Ya no salen los lacitos amarillos ni por asomo y prefieren a la policía dando leña que encontrarse con esos bichos invisibles que no saben de banderas ni de leches. Esos bichitos lo arrasan todo y llenan nuestros hospitales de cadáveres y de gente con fiebre que no puede respirar. A todo el mundo no le queda otra más que cantar desde los balcones animando a una vanguardia desarmada de héroes sanitarios ¡Cómo han cambiado las cosas de la guerra! Y son bichitos que, como decía un ministro, se caen desde lo alto de la mesa y se matan. Parece como mentira, pero es verdad.

 

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