El Loco de la salina

Dime, picha

Así era Juan. Siento enormemente su muerte y, por encima de toda su obra carnavalesca, me duele haber perdido a un amigo.  

Publicado: 09/02/2020 ·
21:10
· Actualizado: 09/02/2020 · 21:11
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Hoy no va a escribir estas líneas el loco de la salina, sino un amigo. Me acabo de enterar de la muerte de Juan Rivero y me van a perdonar si no me salen bien las palabras, pero hay veces que las emociones le ponen freno al pensamiento y a la lengua. Yo le tenía a Juan un afecto especial y él a mí también, porque eso se nota. Y no escribo estas cosas ahora que se ha muerto y cuando es fácil hablar bien de una persona que ya no está, sino porque lo siento de corazón. Aparte de ese afecto, yo sentía por él una gran admiración, porque se había volcado tanto por el Carnaval de su tierra, que hizo de él su profesión y su vida. No tenía estudios ni carrera universitaria, pero había mamado en la universidad de la calle todo lo que después fue volcando en sus agrupaciones. Tuvo el gran mérito de mantener a su familia escribiendo sin ser escritor y llevando a sus agrupaciones por España entera. Tenía un estilo muy particular de ver la vida y una forma muy personal de expresar sus sentimientos. Ya pasado el tiempo, para algunos es fácil criticar esa forma peculiar de escribir que él mantuvo en su época dorada, pero que supo llenar durante unas décadas con éxitos indiscutibles. 

He titulado así estas líneas, porque cada vez que lo llamaba para algo, siempre comenzaba su conversación con “dime, picha”. Tengo una foto con él, que guardo con cariño, de cuando pregonó la fiesta de la Asociación Salesiana de la Alameda. Estaba sentado delante de una mesa y yo me puse de pie a su lado echándole el brazo por encima. Yo sabía que iba a ser difícil tener otra ocasión de fotografiarme con él, porque Juan salía poco, estaba malo y me era difícil contactar con él. Tanto es así que por mucho que lo llamé hace poco para darle el pésame por la muerte de su hermano Joaquín, ya no me llegó a coger el teléfono. Era consciente de sentirme cerca de un hombre que había sido una figura del Carnaval. Y no digo de San Fernando solamente, sino también de Cádiz, es decir, del Carnaval de nuestra tierra. Recuerdo cuando le pedí ayuda para que hiciera algunos cuplés para uno de los Coros de la Peña Colorín Colorao; no dudó en hacer unos cuantos a su estilo. Es verdad que el tiempo va haciendo mella en todos nosotros y no hay quien se salve de ese desgaste natural. Juan tuvo su época de esplendor y después fue apagándose poco a poco. Sin embargo era una llama que se resistía a desaparecer y por ello se volcó con la cantera hasta su muerte. Tenía ilusión en los niños, como si quisiera perpetuarse en ellos, y con esa imagen nos ha dejado.

Cuando preparamos el 250 aniversario de La Isla como municipio independiente, yo me equivoqué y en el libreto que se confeccionó puse que una chirigota suya había sido Primer Premio Provincial, cuando en realidad había sido Primer Premio de Chirigotas de Cádiz. Alguien advirtió el error y a mis oídos llegó, de modo que intenté rectificar en la medida de lo posible, pero ya el error estaba en la calle. Lo llamé y en seguida me cogió el teléfono. “Dime picha”. Juan, hijo, perdóname, que me he equivocado y tú no te merecías que yo cometiera ese error contigo. “No pasa nada, hombre. No te preocupes”.  

Así era Juan. Siento enormemente su muerte y, por encima de toda su obra carnavalesca, me duele haber perdido a un amigo.  

 

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