El Loco de la salina

Al Heraldo Real

José Mari comenzó a coleccionar pequeños regalos para los ancianos que debería visitar (mantitas, peluches…).

Publicado: 07/01/2020 ·
00:53
· Actualizado: 07/01/2020 · 00:53
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Todo comenzó una mañana de hace algo más de un mes. José María Merino estaba en su calle Murillo arreglando el pelo de una de sus clientas, cuando sonó el teléfono. Era la alcaldesa. Le comunicaba a bocajarro que iba a ser el Heraldo Real en las próximas Fiestas y que se fuera preparando para el día 4 y el 5 de enero de 2020, porque debía anunciar la llegada a La Isla de los Reyes Magos.

A partir de ahí la cabeza de José Mari era una auténtica máquina de pensar. Hay gente que cree que todo consiste en que lo nombren a uno y a correr. Él no se quería conformar con cualquier cosa. Había que echarle imaginación al tema y ser original. Sabía José Mari que el secreto de que todo saliera bien estaba en hacerse de un buen equipo de organización. En total consiguió reunir a 22 amigos y amigas, que se llamarían Alitas blancas. Al frente de la organización estaban la ilusión junto con Lourdes y Filo.

Como la movida estaba pensada para los días 4 y 5 de enero, había que preparar la recogida de cartas. En la mañana del 4 la cola de niños con sus padres en el Cine Almirante era interminable y José Mari había preparado un juguetito para cada niño, pero hubo que cortar, porque aquello no tenía fin. El primer punto se lo llevó José Mari con su amigo Juan Vara, diseñador de San Fernando, que trabaja en Sevilla, y que le regaló el espectacular traje del Heraldo. Solamente el verlo causaba una impresión majestuosa y fantástica.

Todo el resto del equipo compró las telas orientales que se habían escogido para la ocasión, y Mariana, la costurera, los fue cosiendo con una paciencia benedictina. Todo comenzaba a marchar. Se entraba en el mundo de los detalles. Ya estaba apalabrado con Pepe Lago, amigo de Diego, el coche antiguo y clásico que abriría el cortejo. Los maquillajes corrieron a cargo de Didí, maquilladora profesional, quien le echó a la cosa arte a raudales. Consuelo era la jefa del taller de costura y trabajó como una condenada. Hasta los cojines de palacio eran espectaculares y viéndolos daba ganas reales de sentarse como si estuviera uno en palacio.

José Mari comenzó a coleccionar pequeños regalos para los ancianos que debería visitar (mantitas, peluches…). Hasta las manos de cada uno de los participantes en la movida fueron pintadas escrupulosamente por Jesús Vidal, el marido de Silvia. Digo nombres para que se advierta que ninguno de los pasos que han dado estas criaturas ha sido obra del cielo, sino del sudor de cada uno de ellos. La collares y adornos que llevaba toda la comitiva no habían sido adquiridos en las costosas tiendas de joyas, sino escogidos por aquí y por allá en los chinos de esta ciudad. Se estaba pensando en el final de la cabalgata, cuando la comitiva llegara al Castillo de San Romualdo. P

epe Torrecilla y otro amigo de Los Palacios le consiguieron 100 palomas para soltarlas desde lo alto del ribat. También habían preparado más de un centenar de globos blancos. Y los caramelos. Era tal el diluvio de caramelos que salió de las manos de todos los que iban en las carrozas, que la gente más que cogerlos pisaba un espeso manto dulce de más de 4000 kilos de caramelos de todas clases. Las manos de José Mari eran como un ventilador arrojando caramelos a toda máquina.

Bueno, esta es la descripción. Pregunté a José Mari con qué palabra definiría toda su vivencia de Heraldo y me contestó sin dudar: emoción. Y yo me lo creo. Enhorabuena por haber sido centro privilegiado de esta inolvidable experiencia.

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