El Loco de la salina

Más de La Isla no se puede ser

Escuchar a Manolo Casal es algo que se sale de lo que uno oye todos los días. A los demás se les oye, a Manolo se le escucha.

Publicado: 17/12/2018 ·
01:17
· Actualizado: 17/12/2018 · 01:17
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Se lo dije al dire del manicomio: o me deja ir al pregón de Manolo Casal o me escapo. Me dejó ir con la condición de que le contara cómo había ido la cosa. Así que también se lo voy a contar a ustedes y matamos dos pájaros (con perdón) de un solo tiro.

Abrió fuego Paz Santana. Y nunca mejor dicho, porque con ardientes y cariñosas palabras nos hizo un fiel e insuperable retrato de Manolo. Un diez, como siempre que abre la boca, para Paz. Terminó anunciando con voz cachonda y altisonante al “polifacético Manolo Casal”.

Escuchar a Manolo Casal es algo que se sale de lo que uno oye todos los días. A los demás se les oye, a Manolo se le escucha. Y es que domina el arte de los cambios de modulación en la voz, del cante inesperado, de la mezcla chispeante de la gracia y el sentimiento. Más de La Isla no se puede ser. Ya se sabe que a los locos nos encanta que nos hablen de corazón a corazón, porque, si nos hablan de cerebro a cerebro, se nos resbalan las ideas. Luego, fue desgranando su propia vida partiendo de sus relaciones con la Fiesta de Navidad, desde su infancia, cortita de recursos, hasta la fecha. Pero no lo hizo en plan plomo, ni con ese falso orgullo del que quiere presumir más que contar. Fue salpicando su niñez y su juventud con ramalazos de aquella Isla pobre perdida en el tiempo, pero que todavía conmueve los corazones de los que la vivimos. Manolo consiguió que las lágrimas y la risa se nos fueran turnando, transmitiendo que la única solución de este desquiciado mundo es compartir y no basarlo todo en los bienes materiales.

El Teatro de las Cortes estaba abarrotado. Y allí, en la oscuridad de mi asiento, pensé que a la juventud ya no le interesa lo que se pueda decir o cantar sobre la Navidad. Éramos mayores los que ocupábamos los asientos del viejo Teatro. Éramos los mismos que íbamos a ese Cine de Zambrano a ver las películas del Oeste y los mismos que después, si aparecía la suerte, cantábamos cualquier línea de un anodino Bingo. ¿Quién ocupará nuestros asientos cuando faltemos?

Mi mujer me cuenta que iba mucho a casa de los abuelos de Manolo, porque sus madres eran primas hermanas. No olvida a su padre Nicolás y a su madre Victoria. Entonces, las familias estaban muy unidas y se visitaban al menos una vez a la semana. Me fue enumerando de carretilla y con mucha emoción a toda la familia de Manolo. Ella era prima de Nicolás, que siempre tenía en los labios que su hijo Manolito era un artista en todos los campos: dibujaba, cantaba..., que todo lo hacía bien. Yo también guardo un imborrable recuerdo de su tío Pepe, el cura que da nombre al Colegio del Parque, y que, además de ser el apoyo incondicional de Manolo, era de lo más gracioso que se podía contemplar sobre las tablas de un escenario. 

Hoy todos nos hemos hecho mayores casi sin darnos cuenta, pero nos quedan grabados profundamente los recuerdos de una época, que por encima de la dictadura, era la que cobijó nuestra infancia.

Solamente me queda darle las gracias a Manolo por su Pregón y decir que el próximo año se cumple el 25 aniversario de estos Pregones que de manera puntual ha ido organizando la Real Academia de San Romualdo. Va a ser difícil superar lo que hemos vivido el sábado por la noche. Gracias, Manolo Casal.

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