El Loco de la salina

El sabor de Andalucia

Tanta importancia tiene la comida, que se ha celebrado en Sevilla estos pasados días la VI edición de Andalucía Sabor.

Si alguna vez llega a sus manos un gatito y piensa tenerlo de compañía en su casa y que no se le escape, lo primero que debe hacer es untarle en las patitas un poquito de aceite. El gato se relame y piensa para él que en esa casa hay material y que lo tienen que matar para irse de allí. Digo esto porque la comida tiene una gran importancia y no le tiene nada que envidiar a ese montón de ideas eminentes que salen de los espíritus más románticos, que por cierto también se alimentan cuando se encarta.

Algunos creen que la preocupación por la comida es cosa de personas de mente justita  y que posee menos importancia que los sutiles bienes que nos depara el espíritu. Mentira cochina. A todo el mundo le gusta comer bien. Algunos hacen como que no les gusta, pero después no hay quien los pare. Tampoco hay que pasarse, pero ante un plato bien presentado y elaborado no hay más remedio que rendirse.

Tanta importancia tiene la comida, que se ha celebrado en Sevilla estos pasados días la VI edición de Andalucía Sabor. Por lo visto alguien de la organización tenía mucho interés en que algún loco asistiera al evento y lo contara en el manicomio. Y me tocó a mí. Me llamó el director y me dijo que me acercara y estuviera atento a todo lo que allí se cocinaba, que tomara nota de todo, que metiera las narices en los fogones, que para introducirme en la movida me hiciera el tonto, lo cual fue al final lo que menos me costó y que luego se lo contara todo.

Nada más llegar me percaté de que el Palacio de Congresos de Sevilla podría ser unas quinientas veces más grande que el de La Isla. Después pude comprobar que no, que es solamente unas doscientas veces mayor y que no duelen las piernas al estar sentados un ratito. Abrumado por la grandeza de pasillos y salas, me dirigí a la primera conferencia. Sin embargo no paraba de darle vueltas al coco preguntándome si Andalucía tenía sabor y en caso afirmativo a qué sabía. Como es normal, mis primeros pensamientos se fueron al blanco y verde de su bandera, a la nata, a la lechuga…

Cuando salí del Congreso, ya no tenía en el paladar esos dos sabores solamente, sino que eran multitud los gustos que pasaron por mi boca. Me encontré de golpe con el mundo de la alta cocina y no por la altura de los fogones, sino por la calidad y mimo con que muchos cocineros de renombre trataban sus platos y alimentos. Cuando volví, le expliqué a mi director que aquello era un encuentro que pretendía conquistar a los consumidores más exigentes del mundo entero. Que había más de 200 stands con todo tipo de productos. Que todo era andaluz. Que no paraba de ver cocineros famosos volcados en la confección de sus platos y gente interesada.

Y es que en Andalucía tenemos de todo, incluida la sal de la Salina San Vicente de La Isla. Había aceite de todas clases y para todos los gustos. Vinos, mermeladas, panes, pasteles, cervezas, chacinas, cordero, caballas, aceitunas, quesos… La verdad es que aquello era para volverse loco, porque por un lado te ofrecían una conferencia interesante, por otro te ofrecían una degustación de cualquier maravilla, por otro sentías que te tenías que dividir ante tanta oferta de alimentos exquisitos y de charlas muy atractivas.

Además tuve el honor de asistir a la presentación de la Academia del Gazpacho Andaluz (A.G.A.), a la que pertenezco gracias a la gestión de Pepe Oneto y en la que estamos trabajando para darle al gazpacho la importancia que realmente tiene en esta Andalucía de nuestros amores. Todavía no se me ha borrado del gusto el gazpacho de almendras que preparó Cristina Domínguez, del Restaurante Caléndula de Torremolinos. En fin, un recuerdo sabroso y algo más que contarles a mis nietos. A los demás locos les voy a decir que hoy se me han quitado las ganas de comer.

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