Sábado a mediodía. El manicomio está que se sale de contento, porque los locos sabemos que ya tenemos encima el carnaval y que por fin nos vamos a poder vestir de Napoleón o de lo que nos dé la gana. Aparte de todo esto, día señalado del carnaval en La Isla. Eso dicen los papeles oficiales. La realidad va por otros sitios. La gente pretende inundar los bares y las terrazas ignorando lo que les espera.
Amanece en plan intranquilo. El sol quiere brillar, pero no puede, porque las nubes son más pesadas que las series venezolanas. El cielo llora un poquito y luego lo deja. Lo mismo le pasa al Carnaval de La Isla. Quiere despuntar, pero hay innumerables inconvenientes que lo impiden. Y además tiene razones sobradas para llorar, porque lo estamos matando entre unos y otros, cosa de la que se alegran los que piensan que no estamos para cachondeos con la crisis que estamos soportando de un tiempo a esta parte. La ignorancia tiene cosas que aprender, aunque deben saber los ignorantes que con su postura le están negando a La Isla el pan y la sal. Me doy una vuelta por la calle Real camino de la Plaza del Rey.
Ya por la calle Rosario me comienzan a llegar ruidos afilados de una maquinaria inverosímil para un día tan señalado de carnaval. No quisiera hablarles en plan erótico, pero permítanme decirles que un impresionante polvo dominaba no sé si las mentes, pero sí las aceras y fachadas. Igualmente un ruido molesto e interminable se hacía cada vez más difícil de sobrellevar. Por lo visto hay prisas para acabar la eterna obra de la calle Real y parece que ya no hay más días en el año que este bonito sábado. Aparecen operarios a lo largo de toda la calle cortando las losas por enésima vez con unas máquinas infernales y dejando el aire blanco e irrespirable. Las cervezas dejan fácilmente la huella de los vasos señalada sobre las mesas.
Los comercios y bares de todo el trayecto central deben estar muy contentos al ver cómo sus escaparates y servicios se ponen llenitos de polvo y suciedad. Y yo me digo que esto no puede ser. El año tiene muchos días (creo que 365) y sin embargo tuvo que ser ayer sábado el día más apropiado para poner boca arriba todo el centro de este pueblo coincidiendo, mire usted qué casualidad, con una fiesta tan original como esta del carnaval. No lo entiendo, como no entiendo otras muchas cosas relacionadas con el carnaval de La Isla.
Lo que tengo claro es que así es imposible que prospere esta fiesta en una ciudad que ya de por sí es capillita al máximo. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que La Isla brillaba con luz propia en estas fechas de carnaval. Pero la luz se ha ido apagando poco a poco a través del tiempo y, cuando nos vengamos a dar cuenta, esto no hay ya quien lo resucite ni quien le prenda mecha. Vamos perdiendo memoria de los acontecimientos que hicieron un poquito grande el carnaval de La Isla y que quedan para nuestra historia. Y la historia es lo más testarudo que existe encima de la Tierra.
Nadie la puede borrar por mucho empeño que se le ponga, porque lo que sucedió está escrito y ya no se puede dar marcha atrás, aunque nos empeñemos al máximo. El problema no es ignorar algo, sino no querer aprender eso que ignoramos. Y para colmo se celebraba ayer sábado el día de San Valentín, el de los enamorados. Si llega a ser el día del odio, no sé qué hubiera pasado. A ver si para el siglo que viene se acaba la obra de la calle Real y por lo menos la gente puede salir de su casa un sábado de fiestas sin que se le meta por las orejas ni el ruido ni el polverío de ninguna obra.