El otro día me di una vuelta por el Zaporito, porque a mí los caños que rodean La Isla me vuelven aun más loco de lo que estoy. Hay que reconocer que está precioso. La explotación del nuevo edificio va a salir otra vez a licitación a ver quién lo coge y le da vida, porque así no puede seguir. Hace algunas décadas se bañaban allí los niños tirándose desde donde podían y el agua brillaba con una limpieza extraordinaria.
Pues bien, ahora, si aparece usted por el lugar, podrá comprobar que el agua va entrando poco a poco con la subida de la marea, pero arrastrando cosas. Lo último que he podido ver es un carrito de bebé medio enfangado y puesto patas arriba.Y yo me pregunto si no hay forma de coger al individuo que tira esas cosas al caño sin pensar que se está cargando unas cuantas décadas de trabajo y esmero para que aquello esté en las mínimas condiciones de limpieza. Yo cogería al desaprensivo fulano, lo llevaría al pie del molino, sacaría el carrito, se lo pondría en sus delicadas manos y, dándole cosquis, haría que le diese a La Isla tantas vueltas como días lleva el dichoso y sufrido carrito metido en el fango.
La historia del Zaporito y de su molino de mareas quedó grabada con fotografías y paneles en un libro llamado
El Zaporito, su origen, su nombre y su historia, fruto de un trabajo bien hecho y de la colaboración entre Juan García Cubillana, el propietario de la galería y restaurante Art-Fusion y Elena Martínez Rodríguez de Lerma, cuyo padre recopiló durante largos años la historia de este rincón. Al parecer y según se nos dice, el nombre del Zaporito procede de Juan Rodrigo Saporito, dueño del territorio que iba desde la Alameda Moreno de Guerra hasta el mismo entorno del Zaporito, comprado por él a comienzos del siglo XVIII. Los que estamos enamorados de esta tierra agradecemos profundamente el trabajo de aquellos cañaíllas que han volcado su interés en cualquier rincón de nuestra tierra y además lo han hecho con tanto cariño y mimo. Solamente falta que las autoridades, que ya han hecho un gran esfuerzo por su rehabilitación, vigilen también su desarrollo, para que esos guarros, que tienen menos seso que una piedra, dejen de profanar los lugares más bonitos de nuestra ciudad.
Cambiando de tema, vamos por la cera. Después de ver cómo han quedado las calles de La Isla después de la Semana Santa, no hay más remedio que dar un toque de atención. El mundo ha ido cambiando sin darnos cuenta. La tecnología se ha ido abriendo paso y ha ido desplazando viejas costumbres. Nadie se ha llevado las manos a la cabeza criticando el hecho de que para ponerle una vela al Nazareno haya que introducir una moneda y esperar que una de esas velitas eléctricas se encienda. La misma Iglesia Mayor dispone de bastantes paneles cargado de velas eléctricas, en los cuales los devotos depositan sus monedas sin tener que encender mechero, ni llenarse las manos de cera. ¿Tan difícil es que los penitentes hagan lo mismo en la calle? ¿Tan complicado es que cada uno lleve una velita o farolito eléctrico? Las ventajas serían fantásticas.
De momento a nadie le importaría que saltara el levante apagando velas, por lo que no tendría que ir un hombre encendiéndolas como un loco con un pabilo. Por otra parte, las calles no resbalarían y la gente no tendría que ir pensando que se iba a dar un batacazo. Tampoco haría falta quitar la cera porque no habría cera. ¿Se ha calculado lo que nos cuesta a todos los cañaíllas la broma? Los niños no se pondrían a reunir bolas de cera dándoles la coña a los penitentes...Todo son ventajas. Es verdad que la cera es más natural que el plástico, pero también parece más natural que una población tan numerosa no se tenga que ver pringada de cera hasta las trancas.
Estoy seguro de que para el año que viene nos vamos a modernizar y terminaremos bendiciendo el momento en que nos adaptamos a la modernidad.