El Loco de la salina

De loco a loco

Te has ido sin cerrar la puerta, y el manicomio de La Isla se ha quedado abierto, pero más solo y dolorido que nunca

Publicado: 12/12/2022 ·
18:41
· Actualizado: 12/12/2022 · 20:54
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Antonio, para escribirte estas líneas me he tenido que tomar hoy doble ración de pastillas. Te has ido sin cerrar la puerta, y el manicomio de La Isla se ha quedado abierto, pero más solo y dolorido que nunca. Sin embargo ningún loco se ha querido escapar de aquí, para compartir juntos el inmenso dolor por tu muerte, porque tú no eras de cerrar puertas, sino de abrirlas de par en par.

Antonio, no te escribo estas palabras para que las leas estés donde estés, porque yo sé dónde tú estas, pero no lo voy a decir para que ningún extraño invada ese privilegiado lugar donde vives ahora rebosante de libertad y de gallinas sueltas por todo el ancho del cielo. La gente estaba muy equivocada contigo. Muchos creían que estabas loco y así te llamaban con todo el descaro del mundo. Tú no te molestabas, porque reconocías en el fondo que tenías un plomillazo heredado de tu complicada infancia y de una vida difícil. También te llamaban el profeta seguramente a sabiendas de que ansiabas y dominabas el porvenir, que por fin te ha llegado, liberándote de las ataduras de la carne. Ya no preguntarás más si llevabas razón o no, porque siempre te ha acompañado toda la razón que el mundo de los cuerdos no sabe comprender. Bohemio, chatarrero, loco, errante, vagabundo, apartado de la sociedad, charlatán sin sentido…, viviste gran parte de su vida tirado como una colilla en cualquier rincón de La Isla, metido en una vieja furgoneta y arrimado a un puente tal como se lleva en los tebeos. Pero nunca te vi pidiendo limosna. Nunca le hiciste daño a nadie, diste lo que apenas tenías y sobreviviste aislado en una Isla que en unos días a buen seguro te olvidará. Antonio, tú fuiste un producto fabricado por una sociedad hipócrita que dispone de una hermosa constitución con muchos títulos y artículos dedicados a la vivienda tan maravillosos como inútiles. Ropa ajena, tabaco ajeno, aire ajeno… Pasaste por el albergue de San Vicente de Paul y luego por Vitalia, pero lo tuyo no eran los cerrojos. Hasta que ya no podías defenderte. Sé que como tú hay más locos, e incluso cuerdos, tirados en cualquier rincón de La Isla, sin casa, sin techo y sin esperanza de tener un lugar digno donde cobijarse. Esos interesan poco, sobre todo porque no suelen ir a votar. Aunque el resto de locos estamos encerrados en este manicomio, sin embargo créeme que nos enteramos de muchas cosas que pasan ahí fuera. Sé que hay una Asociación dedicada a las personas sin hogar con derechos, que se ha volcado contigo desde hace bastante tiempo. Sus voluntarios te llevaban tabaco, te proporcionaban ropa desde el Pan Nuestro, te asistían en tu enfermedad y sobre todo te daban compañía. Así hasta tu final. Si tú no llegaste a manifestarles tu agradecimiento por culpa de los dolores que te aquejaban, yo, como colega de tus locuras, desde aquí los bendigo en tu nombre. Espero que algún día se les escuche y se les siente en una mesa. Es verdad que la ciudadanía te tenía mucho cariño, pero sigo sin poder comprender cómo los poderes públicos no buscan una solución que no pase por apilar pobres en unos recintos inadecuados. ¿Llevo razón o no?

Desde aquí me sumo a las bonitas palabras que Mikel Navarro, periodista pamplonica con el que tuviste muchas conversaciones, te dirigió en tu entierro. Hoy me vas a perdonar, pero quiero terminar llamándote como se les llama a las personas que dejan huella en una ciudad: D. Antonio Gálvez López, descanse en paz.   

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