A las 12 de la noche arrancó la campaña electoral oficialmente porque de campaña llevamos algunos meses en los que hemos podido comprobar la bondad de nuestros políticos y que a partir de ahora se beatificarán hasta alcanzar la santidad en la sede catedralicia de La Moncloa, destino final codiciado por todos los candidatos y sus acólitos.
Las descalificaciones y los insultos inundarán plazas de toros, campo de fútbol, sala de congresos, teatros, plazoletas, tertulias radiofónicas y televisiva, pero lo que no veremos será un cara a cara entre el presidente actual, el señor Sánchez, y el líder del partido con mayoría en el Congreso, señor casado, porque al plagiador de la tesis doctoral no le conviene que los españoles se enteren que en los pocos meses que lleva al frente de la nación, se han presentado 253 EREs que han mandado al paro a casi 3.600 trabajadores, que el crecimiento económico bajará del 2,8 previsto al 2,1, que las matriculaciones de coches han caído un 18%, que la exportación ha descendido un 20%, que el paro juvenil supera el 30%, que el déficit de la Seguridad Social se ha disparado hasta los 32.000 billones de euros, que el impuesto al diésel va a suponer el cierre de fábricas de vehículos, que la subida de impuestos a las grandes empresas y al capital conseguirá que se marchen a otros países, que en su programa apenas hay partidas económicas para I+D, que en los planes de educación no se prepara a los jóvenes para el mundo digital con un plazo al menos de 20 años, que no se incentiva la natalidad y que en definitiva se va a convertir España en un país que solo se podrá vivir a duras penas del turismo, la construcción y los servicios.
Y si en poco más de lo que dura un embarazo nos ha traído a esta situación, como lo tengamos los próximos cuatro años, nos va a mandar a todos al carajo.
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