Educar para el futuro

El juego de las opiniones: privacidad descuidada

No olvidemos que seguramente tales leyes, como el monstruo de Frankenstein, además de no satisfacer las expectativas terminarían coartando la libertad

Publicado: 28/09/2018 ·
09:39
· Actualizado: 28/09/2018 · 09:40
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Autor

Antonio Monclova

Antonio Monclova es biólogo, doctor en prehistoria y paleontología, master en arqueología y patrimonio

Educar para el futuro

Análisis, crítica y reflexión sobre las necesidades pedagógicas de la sociedad para difundir el conocimiento y la cultura

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El campo como extensión de terreno puede antojarse un concepto abstracto a menos que se trate de un lugar concreto, de ahí el sinsentido que se expresa con la frase poner puertas al campo. Puede ocurrir un poco de lo mismo cuando se trata de proteger la privacidad de personas que no tienen claro hasta donde quieren que llegue la suya. Algunos dirán con razón que cada uno pone el límite de su privacidad donde quiere y lo que se debería regular y preservar es el derecho a establecer tales límites. Pero, como suele ocurrir, la cuestión no es tan sencilla.

Está claro que no es lo mismo legislar sobre el derecho a la propiedad de un terreno escriturado, que hacerlo sobre el derecho a una privacidad establecida por su poseedor. A lo mejor para que las leyes pudiesen proteger inequívocamente el ámbito de lo que considera privado una persona concreta, debería acreditarlo mediante documento público. Pero como eso es imposible y además absurdo, el empeño de los legisladores para poner puertas al campo de la privacidad podría generar cierta ambigüedad cuando la justicia intentase determinar la violación de un ámbito privado que previamente delimitó el que puso la denuncia. De todas formas hay quien regala o comercia con su privacidad y quienes simplemente la descuidan.

En la sociedad actual el ámbito de lo privado es asediado por multitud de factores: Los modos y grados en cómo se participa en las redes sociales hace que los usuarios, casi sin darse cuenta, aporten una ingente cantidad de información privada a través de Internet. Las nuevas tecnologías empleadas tanto para vigilar los pasos de cualquiera en el mundo real como para espiar, robar y manipular datos privados mientras se navega por Internet, se realizan compras o se participa en cualquier actividad. La presión que ejerce el ambivalente derecho a informar que todo lo invade en un contexto de corrección política, que puede hacer a cualquiera víctima de calumnias y que en aras de la transparencia puede obligar a muchos a manifestar en público opiniones que de normal reservarían al ámbito privado.

Ante este panorama es lógico que se quiera legislar para preservar la privacidad, aunque eso no serviría de nada si no se educa a todos para que gestionen debidamente la suya y eviten que se cumpla el conocido dicho de quién con niños se acuesta meado se levanta. Si todos cuidásemos de nuestra privacidad con la lógica moderación que impone la razón, los que pretenden “crear” leyes peculiares para protegerla perderían su principal excusa.

Sobre todo no olvidemos que seguramente tales leyes, como el monstruo de Frankenstein, además de no satisfacer las expectativas terminarían coartando la libertad de quienes nunca invadieron la privacidad de nadie. Pero esto forma parte del juego de las opiniones.

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