La Semana Santa de 2019 ha estado marcada por la lluvia, que dejó el Viernes Santo sin cofradías en las calles, y por la detención de un joven estudiante musulmán de origen marroquí y vecino de la barriada de la Plata por planear un atentado suicida en medio de la bulla para causar así la mayor catástrofe posible. Este caso demuestra que no se pueden tomar en vano las amenazas que vierten los yihadistas a través de Internet de atacar celebraciones masivas como las que tienen lugar en Sevilla. Asimismo, es muy preocupante que jóvenes aparentemente normales que viven entre nosotros desde su infancia y que deberían haber asimilado nuestra cultura y costumbres como inmigrantes de segunda generación acaben radicalizándose hasta el extremo de abrazar el terrorismo islamista, en línea con lo ocurrido en otras ciudades y países occidentales.
Habrá que actuar en consecuencia, ya que hemos tomado consciencia de que no estamos libres de estos nuevos riesgos. Ya no son sólo las denominadas carreritas o estampidas masivas causadas por el pánico colectivo las amenazas a la Semana Santa, por lo que están más justificadas que nunca las medidas de prevención y vigilancia que se han adoptado en los últimos años y que han motivado quejas por el blindaje de la carrera oficial hasta el punto de hablarse de una Semana Santa intervenida. Esta intervención es justamente la mejor garantía para su salvaguarda.
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