El puente más parecido al nuestro del Centenario es el de Rande, que con sus 1.558 metros de longitud y 152 de altura salva la ría de Vigo, en la provincia de Pontevedra. Abierto al tráfico en el año 1981 y pese a formar parte de una autopista de peaje, pronto se vio que se había quedado pequeño para absorber una media de 50.000 vehículos diarios. En febrero de 2015 se acometió su ampliación mediante la adición de dos tableros laterales. Los trabajos, que supusieron un alarde de la ingeniería, duraron tres años y costaron unos 108 millones de euros.
Por tanto, una obra de una envergadura similar a ésta para ampliar la capacidad del puente del Centenario, como ha anunciado el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, no puede ser calificada a la ligera de “tontería”, como irreflexivamente ha dicho el presidente de la patronal sevillana, Miguel Rus. Para una vez que el Gobierno de la nación anuncia una potencial gran inversión en obra pública en Sevilla, en línea incluso con las demandas empresariales y de la clase política, Rus se apresura a rechazarla. Como ha expresado el alcalde, lo más prudente es esperar a que Fomento presente su proyecto y veamos si trata de colarlo o no como un sucedáneo de los nonatos túneles de la SE-40, en continua revisión por razones de coste y de seguridad. A lo mejor la fórmula consiste en convertirlo todo en puentes: los túneles y el Centenario, por partida doble.
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