Doñana 50 años

Enemigo al norte: el arrozal

El crecimiento sin control de la superficie cultivada con arroz fue la amenaza más grave de Doñana en los años 50 y 60.

Publicado: 07/06/2019 ·
10:06
· Actualizado: 07/06/2019 · 13:04
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Autor

Jorge Molina

Periodista, escritor y guionista. Y siempre con el medio ambiente como referencia

Doñana 50 años

Doñana cumple 50 años como parque y es momento de contar hechos sorprendentes

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Si se habla de salvación de Doñana cuando se creó el parque nacional en 1969 es por la amenaza que suponían los dos primeros grandes enemigos: el arrozal y el eucalipto. En la España del fin de la guerra, todo suelo debía ser productivo. Esto se convirtió en decretos del Gobierno franquista. Los humedales se desecaban, eran enfermizos y podían ser cultivados. Y plantar árboles madereros, sobre todo eucaliptos, resultó incluso obligatorio para toda la costa «entre el Tinto y el Guadalquivir».

Este panorama se cernía sobre el coto de caza. Pero existe un ‘frente norte’, un peligro dentro de este mismo contexto de un país hambriento, que es el del arroz. La puesta en marcha de este cultivo ocasiona una epopeya humana más dramática que la doñanera. El inicio se produce de forma casual. En los años 20 una empresa anglo suiza compró el gigantesco espacio al sur de la provincia de Sevilla y quiso cultivarlo. Allí no había nada, menos toros, almajos y pájaros. Pero el presidente de la Riotinto Company, lord Alfred Milner, navegando por el Guadalquivir, vio el parecido de la zona a la desembocadura del Nilo, donde estuvo enviado como ‘virrey’ por Su Graciosa Majestad.

El intento fue arduo y vano. En el mapa de la zona quedan restos del empeño, como los parajes conocidos como Príncipe de Gales, o Reina Victoria; algún tramo de vía férrea; no pocos canales; y el poblado de Colinas (en La Puebla del Río), hoy con varios restaurantes arroceros, que fue el asentamiento británico de la época. No cuajó nada, algunos dicen que fue un negocio especulativo para vender acciones en Europa. Y la guerra civil fue la puntilla.

Acabada la guerra, el general victorioso en Sevilla, el infausto Queipo de Llano, maniobra para que todo el suelo pase a propiedad de un industrial de la aceituna amigo: Rafael Beca. Este trae a valencianos en los años 50, y ellos sí lo consiguen. Codo con codo con los jornaleros andaluces (a los que Beca nunca les vendió tierra por creerlos menos aptos que los valencianos) fue emergiendo un arrozal que llegaría a ser el mayor de Europa.

En esos años, miles de personas dejaron allí su corta vida, en el más duro y peor cultivo posible, al sol, en el agua, entre ratas, culebrillas y escorpiones de agua; sin médico ni escuela; muchos huyendo de la derrota en la guerra, escondidos. Ese drama se unía al que se ocasionaba al ecosistema.

La proliferación de canales y de un manejo del agua sólo orientado al arrozal fue alterando el equilibrio de las marismas de Doñana, contiguas por el sur. Claro que eso importaba un bledo. Cuando José Antonio Valverde coge un par de monturas y a un guarda, y recorre durante días con papel y lapiz para dibujar un mapa la zona entre Doñana y la capital del arroz, La Puebla del Río, es consciente de cómo se transforma el territorio.

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