Hace pocos días quise ver de nuevo el programa que se grabó con motivo del desgraciado suceso del barco Nuevo Pepita Aurora, acaecido ya hace quince años. No he podido evitar echarme las manos a la cabeza al constatar las horribles condiciones laborales de, para mí, los grandes héroes del desarrollo de Barbate. Ahora, que corren tiempos de bonanza, es cuando hay que acordarse de las malas épocas pasadas, donde las familias de este pueblo ya definían a la perfección la tan actual palabra de resiliencia.
He escrito en más de una ocasión sobre esas excepcionales semanas donde la pesca había sido fructífera y el pueblo se convertía, durante tres días, en un lugar donde todos los negocios de la localidad se nutrían de las ganancias de los pescadores. Era realmente bonito ver como un marinero ganaba en una semana la friolera de doscientas mil pesetas de la época, que venía a ser más del doble de lo que ganaba un trabajador de cualquier otro gremio a lo largo de un mes. Este hecho era absolutamente puntual. Yo, que tuve en mi familia a mi padre y dos hermanos trabajando como marineros, sólo recuerdo haber vivido una partija de tales dimensiones tres o cuatro veces (y creo que soy muy generoso).
Pero lo realmente triste es olvidar la gran cantidad de semanas en las que la mayoría de las familias del pueblo se veían obligadas a subsistir con veinte mil pesetas (120 euros actuales), que no eran ni siquiera un sueldo, sino una cantidad que se le adelantaba con la condición de devolverla cuando se conseguía una buena pesca. Habría que poner en un pedestal a aquellas abnegadas esposas que se convertían en verdaderas maestras de la economía para comer, comprar ropa o pagar recibos con esa irrisoria cantidad. En fin, una verdadera locura.
Después de varias décadas sobreviviendo en aquellas embarcaciones, el marinero se jubilaba con un salario de 700-800 euros mensuales, cantidad que tiene más de limosna que de sueldo.
Para entender mejor este verdadero relato de terror, recomiendo la lectura del libro de mi amiga y compañera en las páginas de este periódico Mariloli Romero: ‘Y aún dicen que el pescado es caro’, donde varios testimonios detallan a la perfección las vicisitudes que ha tenido que pasar ese gremio de valientes trabajadores junto a sus familias.
En la actualidad se sigue menospreciando a los marineros, que tienen que mendigar durante varios meses para conseguir una ayuda hasta la hora de la jubilación.
Por eso, no me cansaré de repetir una y otra vez que las bases del desarrollo de Barbate no han sido cimentadas por atunes, políticos ni empresarios, sino por ese puñado de guerreros que portan como muestras de su valentía las arrugas que el mar colocó en sus caras para el resto de la vida.
A pesar de eso, cada vez que miran a esa inmensidad de agua salada, se les escapa, entre dientes, un dicho en el que se ponen de acuerdo cabeza y corazón.
“Y sin embargo, te quiero”