Desde la Bahía

Agustín Mohedas

Siempre queremos verles las alas, antes de llamar “ángel” a aquellas personas que lo merecen.

Publicado: 02/05/2021 ·
21:31
· Actualizado: 02/05/2021 · 21:31
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Fue en la década de los sesenta del pasado siglo. El día al que me quiero referir, amaneció claro y diáfano, Cuando paseaba por la calle Sanchez Cerquero de mi ciudad, la sombra ocupaba ya más de la mitad de la anchura de la misma, lo que indicaba que la tarde comenzaba a desvanecerse. Esperaba la salida de su casa de Agustín Mohedas Gómez. Iba a exponerle como hermano mayor que era, que estaba enamorado de su hermana María del Carmen y que mi compromiso era seguro y para toda la vida. Debió darse cuenta, al vernos, de mi palidez de cera de cirio y el fino vibrar de mi voz, porque inmediatamente se mostró afable, cercano, generoso, al par que con extremada naturalidad y rigor, me dijo que éramos muy jóvenes y aún estudiantes, pero dada la seguridad de mis palabras, me abría las puertas de su casa, considerándome uno más en la familia.

Así conocí a este hombre de fuerte complexión y agraciado rostro, que a sus diecisiete años paseaba por Ubrique donde residía la familia, acelerando el ritmo cardiaco de algunas jovencitas quinceañeras. Con la misma rapidez que el ruido del trueno sigue a la luz relampagueante, le llego a él la madurez y el sentido trágico que la vida sorpresivamente nos incorpora, cuando con esta edad pierde a su padre - suboficial de la Guardia Civil que hacía pocas semanas había sido destinado a más de 1.000 kms. de distancia, en Asturias - de modo repentino. Agustín se desplaza, solo, para asistir a las exequias de su padre. Larga vía dolorosa, punto de inflexión en su carácter y personalidad, que tiene que enfrentarse a la vuelta a su domicilio y soportar sobre su dorso, la carga que supone el sostenimiento de una familia numerosa, cuya economía no cubre la raquítica pensión que el Estado aporta. Se emplea en una Empresa de Autobuses, al par que sus habilidades comerciales, le reportan una buena rentabilidad. Se siente padre de familia. Es un excelente hermano e hijo ejemplar.

Un día Agustín, aficionado a los sorteos, vio cómo el número por el adquirido coincidió con el que salió del "bombo" de la Lotería Nacional, como primer premio. Aquello cambiaba por completo la trayectoria de su vida y la de su familia, pero lo que no pudo imaginar es que también cambiaba la de otra persona, la mía, porque un tiempo después y debido a que su hermano, sacerdote, fue designado coadjutor en nuestra Iglesia Mayor, vino a vivir la familia en el Convento de las Capuchinas y él inauguró un comercio en la calle San Rafael, lugar donde conocí a su hermana, novia, mujer y madre de mis cinco hijos.

Al viento de la desgracia le gusta reaparecer por la esquina más insospechada y Agustín se enfrenta de nuevo al dolor, al ver cómo perdía la vida su hermano Lucindo El Cura víctima de un complicado y desgraciado postoperatorio de una sencilla intervención. Tras su muerte, este presbítero es venerado y se rodea a su figura con un aroma de santidad, del que participa toda la familia, especialmente Agustín y su hermana María del Carmen.

Pero los años sesenta hacen justicia y compensan a este buen hombre. En nuestra Empresa Bazán, que jamás debió renunciar a sus apellidos, queda vacante una plaza de Jefe de los Guardias que custodian la seguridad de esta Constructora Naval. Se busca la persona idónea. Agustín Mohedas consigue serlo, muy bien apoyado y aconsejado por su hermano, Rufino, por entonces capitán de la Guardia civil. Agustín le dio elegancia y respeto a aquel uniforme y ejerció el mando, tal como era su carácter, con afabilidad, sencillez y entrega. No he encontrado a nadie que me haya citado ninguna animadversión por parte de sus subordinados. Ha entrado por méritos propios en ese “cuadro orlado” de los grandes “bazaneros” de la Isla. Pero además en estos mismos años conoce y acaba haciéndola su esposa a Fina Pasión, hija de un conocido industrial de la localidad, de la que se enamoró apasionadamente.

Agustín pasa a ser ahora un gran padre biológico de sus cuatro hijos, un esposo encantador y un hijo entrañable para sus suegros, que encuentran en él el varón que siempre quisieron tener. Después los nietos le han dado el summun de la alegría personal.

El pasado día 27 fueron sus exequias. En el Tanatorio vi su cuerpo por última vez, pero su recuerdo permanecerá siempre vivo en mí, sin mácula que lo enturbie, unido con el de mi hermano y mi padre con los que tan bien se portó.

Siempre queremos verles las alas, antes de llamar “ángel” a aquellas personas que lo merecen. Pero el plumaje solo expresa parafernalia. La verdad está en los hechos y las relaciones diarias. Ellos son los que examinan el comportamiento humano y en esto Agustín, alcanzó el grado de “sobresaliente cum laude”.       

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