Las noticias son los zánganos dentro de la cibernética actual. Ejercen su acción dentro de las veinticuatro horas siguientes a su publicación y, tras ello, dejan de existir o pierden su notoriedad drásticamente. España un día no muy lejano se acostó católica y monárquica y se despertó laica y republicana. Son caprichos del guión al que debe saber adaptarse nuestra vida.
La colmena que es la “dulce ciudad” de las abejas es una realidad y una verdad, que descansa sobre un trípode: La abeja reina, que vive embelesada en su “vuelo nupcial”, las abejas obreras que son la masa silenciosa que hace el trabajo y paga el diezmo con su miel regurgitada, y los zánganos, que solo viven para copular y esta misma copulación les lleva a perder su existencia. A pesar de esta diversidad, el orden jerárquico establecido y sin posibilidad de incumplimiento, hace que su riqueza y producción se supere en cada ciclo.
Esperar un paraíso sin serpiente o un mundo sin zánganos es absurdo, tendremos guste o no, que seguir trabajando para que estos vivan y triunfen. Obreros/as somos todos los demás, sin ser preciso que ningún ideal selle nuestro dorso con la “O” de sus siglas, porque sentiríamos menospreciada nuestra inclinación natural, sin imposiciones, hacia el trabajo y el esfuerzo, como único medio de una decente existencia. La abeja reina, que preside, sabe que toda la colmena sin excepción depende de ella, porque es en ella donde reside la continuidad de la especie y nunca hubo por su parte deseos de interrupción de la descendencia. Es simple y sencilla la vida cuando sus caminos no se dejan excavar por los capitales daños que el “ripalda” de niño nos describió.
El ser humano es inteligente y totalmente distinto. Cuenta como ningún otro ser orgánico con múltiples veredas por donde caminar para conseguir el bienestar que llamamos felicidad. Pero no ha conseguido eliminar la serpiente, al contrario, la ha dejado multiplicarse y ha aumentado sus zánganos -número invariable en la colmena- a la par que le ha concedido la dádiva interesada de poder ocupar los cargos de mayor prestigio.
Para ello ha tenido que desacreditar un concepto que creíamos conseguido: la igualdad de derechos y la pérdida de privilegios, porque se nos olvidó la “tablilla” de los deberes, lo escrito en el haz de las “tablas de Moisés”, la tradición de la enseñanza griega y el espíritu de Revolución del país colindante con los pirineos y hemos dejado que las aguas intoxicadas de rencor, de más de dos siglos de evolución, hayan alcanzado las hojas de nuestra “Carta Magna”, que han perdido la nitidez y realidad por lo “relativo” que su borrosa visión actual permite.
Se aprobó la Ley de Amnistía recibida a golpe de bombos y platillos por aquellos que con ojos desorbitados por la idolatría y el favoritismo que conlleva, aplauden a rabiar las exposiciones de su presidente, el “digno” responsable del hecho. Con rasgos de superioridad y sonrisas burlescas, por aquellos que se consideran los “padres” de este triunfo legislativo.
Por una oposición que oposita, pero sin ninguna fe en poder “conseguir plaza” y por un pueblo la mitad sometido y obediente a un ideal que intrínsecamente consideran el único posible en este país y otra mitad acostumbrada a encoger los hombros, no por desidia o cobardía, sino que están hastiados de que la mediocridad quiera distraer la capacidad y el esfuerzo que diariamente llevan a cabo con entusiasmo en sus profesiones por medio de una crispación continuada.
La ley totalmente desarrollada luce ya en la Gaceta (BOE) y debe aplicarse en su literalidad, porque no se puede cambiar el espíritu que le ha dado el poder legislativo y político de la soberanía popular, que reside en las Cortes, pero los límites no dejan de ser dudosos o confusos a raíz de lo ocurrido en días previos donde ha sido precisa una votación muy ajustada de la Junta de Fiscales de Sala para fijar parte de sus alcances. No hay número fijo de los que pueden quedar “limpios de expediente”, pero todo este hecho legal considerado como “histórico” no puede borrar el recuerdo de la poesía de D. Luis de Góngora y Argote: “Porque en una aldea/un pobre mancebo/hurtó solo un huevo/al sol bambolea/ y otros (uso el plural) se pasean/con cien mil delitos/ cuando pitos flautas/cuando flautas pitos”. No hemos inventado ni descubierto nada anormal, somos continuadores de un relato múltiples veces repetido. Como decía “El Guerra” (torero) en esta vida “ca uno, es ca uno” y el filósofo Ortega, con sublime pensamiento y maestría gramatical, lo transformó en el “yo soy yo y mis circunstancias”. Trasladada la frase al país, sus circunstancias actuales son en realidad un camino pedregoso, donde las caídas van a ser tan frecuentes, que quizás no haya traumatólogos suficientes en las Urgencias para atenderlas. Los traumatizados siempre serán los mismos, al igual que ocurría con nuestros antiguos y rasos obreros de nuestras salinas, que padecían las horribles ulceraciones de extremidades que la sal les producía y que nunca afectaba al capataz (o capataces), porque estos últimos siempre llevaban las botas -prohibitivas para el currante de a pie- bien puestas.
Quizás el problema esté en que al “panal de rica miel” que es España le han crecido en demasía el número de moscas que a él acuden ansiosas de su néctar y va a ser difícil el poder retirarlas, porque les ampara una ley de protección animal. Habrá que echar mano de los mejores argumentos si se quiere cambiar el sentido del debate actual. Se precisará de genio, ingenio y genialidad, pero no podemos olvidar la frase de Einstein “la diferencia entre genialidad y estupidez, es que la genialidad tiene sus límites”. Vaya con el físico, sabía algo más que la teoría de la relatividad. Nos conviene no olvidar lo que prevalece.