El escudo del Betis, con forma de triángulo invertido, coronado como el de una institución con el título de 'Real' y con trece barras, ha tenido y tiene literatura de toda índole, mayoritariamente encomiástica, aunque ahora, una “Historia desconocida de Sevilla”, obra del político, escritor y bético Emilio Carrillo, le ha atribuido una génesis masónica.
Este origen en la masonería, en opinión de Carrillo, viene a aumentar la leyenda de un escudo que, entre otras vicisitudes, figura dibujado con chinos de río a los pies de la escultura de San Fernando que preside la Plaza Nueva y 'se coló' en la portada de la Feria de Abril que conmemoraba el Centenario del Sevilla FC.
Ahora, Carrillo, quien fue teniente de alcalde y portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Sevilla, recopila entre episodios de misterio de la ciudad hispalense desde la antigua Tartessos hasta la actualidad, el del escudo verdiblanco y el Betis, al que califica como "una institución deportiva referente de la masonería".
El actual escudo del Betis data de 1957, cuando el presidente Benito Villamarín le dio el visto bueno a un boceto que le presentó José María de la Concha que, según Carrillo, modificaba en poco el que se venía utilizando desde la proclamación de la II República en 1931, con cuyos dirigentes pertenecientes a la masonería "mantenía lazos significativos la junta directiva que adoptó el nuevo emblema".
En esa fecha, se cambió el escudo bético, un círculo tocado con una corona y con la doble B del Betis Balompié entrelazadas en su centro, por un decreto que prohibía la corona en cualquier tipo de distintivo, por lo que el presidente verdiblanco, José Ignacio Mantecón Navasal, que pertenecía a la logia masónica Constancia, convocó un concurso que ganó Enrique Añino Ylzarbe-Andueza.
Enrique Añino concibió el escudo verdiblanco como un triángulo invertido con trece rayas verdiblancas y un rombo menor, con las iniciales del club, en su parte central superior, elementos todos que, a juicio del autor del estudio, evidencian su origen masónico.
Mantiene Carrillo que el triángulo es la imagen geométrica del ternario y este simbolismo numérico equivale al 3, la trinidad (activo-pasivo-neutro), y representa la triple naturaleza del Universo, constituido tradicionalmente por tríadas (hombre-cielo-tierra o padre-madre-hijo) y así fue interpretado por antiguas culturas.
Cita a Juan Eduardo Cirlot en su 'Diccionario de símbolos' para mantener que cuando el triángulo aparece invertido se transforma en una alegoría aún más compleja, indicando al menos tres cosas: signo del agua; expresión de innovación y fuerza, por la dirección hacia abajo de su punta; y sinónimo gráfico del corazón.
Con José María Albert, señala el autor que el triángulo invertido es un trasunto del principio femenino y evoca la matriz, la Gran Madre, la divinidad-mujer que completa la doble y única naturaleza masculino-femenina (el principio hermético de género) del Ser Uno, Todo o Gran Arquitecto del Universo.
Mantiene, además, que el triángulo invertido fue incorporado por la masonería a su estética por medio de la escuadra, que se entrecruza con el compás para dar forma a lo que es su distintivo más reconocido y que es la segunda de las tres Grandes Luces que iluminan las logias masónicas.
Se adentra también Emilio Carrillo en el simbolismo de las trece barras y señala que el trece "es el número más importante para la francmasonería" y que "representa la transformación y la transmutación, el acceso a la sabiduría y el conocimiento de los misterios por medio de la alquimia, la muerte y el renacimiento interior, por lo que se suele asociar a la figura del Ave Fénix que resurge de sus cenizas".
Entre otros asuntos, mantiene que el rombo, eliminado en el escudo de 1957, "refuerza los significados ya reseñados a propósito del triángulo invertido y las trece barras", y que "su forma y posición en el escudo evocan al compás masón sobre la escuadra misma".
Además, el autor de la obra cita a Karl Hentze y Mircea Eliade para apuntar que "el rombo es el emblema del órgano sexual femenino, por lo que, entre otros, fue utilizado por los griegos como instrumento mágico cuyo movimiento podía inspirar o acelerar las pasiones de los hombres. EFE
cb
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