Matrícula de deshonor

La bandera

Toca hablar de la bandera, de aquello que representa y de cómo algo tan significativo, con un sentido de sociedad, puede convertirse en herramienta política

Publicado: 14/10/2019 ·
12:11
· Actualizado: 14/10/2019 · 12:11
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Autor

Federico Pérez

Federico Pérez vuelca su vida en luchar contra la drogadicción en la asociación Arrabales, editar libros a través de Pábilo y mil cosas

Matrícula de deshonor

Un cajón de sastre en el que hay cabida para todo, reflexiones sobre la sociedad, sobre los problemas de Huelva, sobre el carnaval...

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Toca hablar de la bandera, mejor dicho, de aquello que representa, y de cómo algo tan significativo, con un sentido de sociedad y un sentido de pertenencia, puede llegar a convertirse en una herramienta política a merced de intereses partidarios y partidistas. “La bandera sólo pretende ser el símbolo de ese nosotros que debería estar hablando de los problemas que de verdad nos afectan” (San Román, J.). En cambio, está dividiendo a un país a través de sus colores, de su historia: negando, rechazando o abrazando y amando este símbolo, que nos guste o no, nos identifica a todos por el hecho de ser oriundos de este país o sentirlo como nuestro. Para muchos, es más fácil hablar de la bandera que de los verdaderos problemas que tiene esta nación, otorgándole un rol de reminiscencias del pasado que ponen en conflicto el verdadero sentir que debería tener. La bandera en sí no es el conflicto, no lo fue y jamás lo será. Es curioso que alguien de izquierda como yo hable de la bandera, de esa tela vieja, ajada, y llena de psicosis por unos y por otros, no encontrando el lugar que le corresponde. Sus colores perdieron el brillo hace ya muchas décadas, hondeando casi furtivamente en determinadas ciudades y siendo objeto de conflictos para todos los frentes abiertos que tiene.

Cuando hablamos de la bandera española, lo que menos importa es el gusto; no son tan relevantes sus colores, su estructura, aunque emitan un sentido. Hablamos de si es digna de ser objeto de representación, de unificación, de fusión entre las distintas comunidades y ciudades, y somos nosotros los que le otorgamos ese absurdo poder. Particularmente, me importa un bledo el trapo en sí, me preocupa que se le esté dando el efecto contrario, puesto que en los últimos años, dicha tela ha quebrado la fusión de los ciudadanos. El novelista francés Gustave escribió: “Están tan manchadas de barro y sangre que deberían desaparecer de una vez”. No tuvieron éxito sus palabras y las banderas siguen creando esa emoción y sentimiento ante determinadas situaciones en las que se le otorga el significado correcto. Fue a finales del siglo XVIII y principios del XIX cuando se estima esa necesidad de dar identificación al país con la simbólica bandera, un hecho que nos hemos encargado de distorsionar con el paso del tiempo. Cierto es que cada bandera tiene su historia, historias que representan a su nación, y sin ese significado, no tendrían ningún sentido. Nuestra bandera también está marcada por hechos indignos que nos gustaría olvidar y ese debe ser nuestro papel y el de las generaciones futuras, limpiar las miserias que acompañan a un símbolo cargado de tradiciones, cultura y por supuesto, historias, de las que debemos aprender para convertirnos en mejores personas, mejores españoles y mejores humanos. Nuestra bandera es la imagen de aquello que fuimos, que somos y seremos, y dependerá de nosotros el sentido que deseemos otorgarle.

 

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